En estos cuarenta años de la Iglesia Universal del Reino de Dios, aprendí cuál es el secreto más eficaz de la fe: el sacrificio. No lo aprendí en la Facultad de Teología, lo aprendí con el desarrollo de la Universal, ejercitando la fe inteligente.
Las dificultades del desierto espiritual, obligan a que se use la fe inteligente para la supervivencia. En la práctica, aprendí que cuanto mayor es el sacrificio, mayor es la firmeza de la fe y más grandes son las conquistas. No recuerdo haber alcanzado una victoria sin que hubiera estado basada en la oración o en el ayuno. A pesar de ser fundamentales en la comunicación con Dios, tenían que ser acompañados de actitudes, aparentemente, “locas”, impetuosas, pero cargadas de convicción del Espíritu de Dios.
“… es Él que en vosotros produce así el querer como el hacer, por Su buena voluntad.”, (Filipenses 2:13).
Si no hubiera sido por la orientación del Espíritu del Todopoderoso, seguramente, hubiera estado perdido. Estoy seguro de que ningún héroe de la fe de la Biblia fue valiente por sí solo.
El sacrificio confirma la fe y estimula el coraje de quien sacrifica. En el pasado, antes de salir a la guerra, los sacerdotes presentaban sacrificios a Dios. Eran sacrificios de acciones de gracias o gratitud anticipada por la victoria sobre los enemigos. Los sacrificios eran una señal de la alianza con el Todopoderoso y, consecuentemente, de la certeza de la victoria.
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