Verónica García y Daniel Gallardo unieron sus vidas con la esperanza de no pasar por lo mismo que había pasado su familia. Pero su unión fue difícil desde el principio:
“Desde el primer momento que nos conocimos empezamos tener conflictos. Los dos éramos muy celosos, eran enfermizos. Nos peleábamos mucho.
Verónica había tenido una infancia relativamente normal. Pero los conflictos internos de Daniel se remontaban a su niñez: “Mi infancia fue complicada, desde chico lo único que me acuerdo es que mi mamá era madre y padre. Ella se juntó con un hombre y él nos enseñó la vida dura. De muy jóvenes nos mandó a trabajar. Además, le pegaba a mi mamá delante de nuestro.
Yo me sentía mal por ver así a mi mamá, él le pegaba tanto que le llegó a quebrar costillas a romperle dientes. Yo siempre tenía que salir corriendo a buscar a la policía. Cualquier fiesta familiar terminaba arruinada por la violencia. Él le pegaba porque sufría celos enfermizos. Él le hacía la vida imposible a mi mamá, ella perdió todos sus trabajos. Como ella ya no podía trabajar, él la obligó a trabajar en un prostíbulo, mientras él estaba en la casa. Yo empecé a tener bronca, porque ella lo defendía. A los 10 años me mandó a trabajar, trabajaba y estudiaba. Mi mamá le dio pastillas para dormir en el mate y nos escapamos.
Verónica y Daniel se conocieron cuando ella tenía 16 años, “Nos conocimos por internet, empezamos a hablar, nos enamoramos y después quedé embarazada. Decidimos juntarnos y empezaron las peleas, nos mudamos esperando que todo mejorara, pero fue peor”.
Daniel recuerda que la situación familiar y económica se complicaba cada día más. “Construimos nuestra casa, pero la plata no alcanzaba, el nene se nos enfermaba y no podíamos pagar los medicamentos, yo no quería que saliera a trabajar y eso llevaba a las peleas, llegamos a separamos por un tiempo. Nunca llegábamos a fin de mes, sacábamos préstamos para comer. Sacábamos préstamos para pagar préstamos anteriores. Los chicos se enfermaban, se angustiaban. Ella se volvió agresiva”.
Verónica recuerda cómo tocó fondo y decidió buscar a Dios: “Tocamos fondo cuando lo internaron a mi hijo, tenía dos años y tuvo un principio de neumonía. Mi tía era obrera y le hizo una oración, estuvo cuatro días y salió. A partir de ese momento dije vuelvo a la iglesia. Lo invité durante un tiempo, hasta que aceptó”. Él llegó a la Universal y creyó, el proceso de liberación de ambos fue duro, pero lo lograron: “Ahora sabemos que somos el uno para el otro, nos apoyamos en todo. No nos falta nada, nuestros hijos se sanaron, logramos nuestra casa y nuestro negocio, estamos felices, gracias a Dios”.
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