Cuando un pecador se arrepiente y se entrega al Señor Jesús, en el mismo instante su nombre es escrito en el Libro de la Vida. Y Gracias a Dios está salvo. Pero puede que siga viviendo en este mundo decenas de años esperando su muerte o la venida del Señor Jesús.
Y hasta que eso suceda, va a continuar habitando dentro de un cuerpo que, por ejemplo, tiene ojos, los cuales ven lo que agrada y lo que no agrada a Dios. Allí es donde reside el gran peligro de volver a perderse nuevamente.
“Y si tu ojo te es ocasión de caer, sácalo y échalo de ti; mejor te es entrar con un solo ojo en la vida, que teniendo dos ojos ser echado en el infierno de fuego” (Mateo 18:9).
Por la protección de nuestra fe, debemos ser radicales y arrancar de nosotros lo que pueda poner en riesgo nuestra vida espiritual. Los ojos pueden ser una gran puerta de entrada para el pecado y así causar la destrucción del mayor tesoro que un ser humano puede recibir en este mundo: la Salvación del alma. El Señor Jesús fue claro y directo cuando dijo:
“Pero Yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mateo 5:28).
Pedro también alertó sobre los hombres injustos que había en aquella época porque tenían ojos adúlteros…
“Tienen los ojos llenos de adulterio, no se sacian de pecar, seducen a las almas inconstantes, tienen el corazón habituado a la codicia, y son hijos de maldición” (2 Pedro 2:14).
Eso también se extiende en los días actuales a las mujeres.
Cuidado con lo que llega a sus ojos: videos pornográficos, contenidos de TV, internet, etc. Cosas que alimentan la carne y son nocivas para la salud espiritual. Por eso, cuando sea tentado a mirar a alguien con codicia, desvíe su mirada. Aprenda a decirles que no a sus ojos. No deje la ventana de su alma abierta.
“El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Juan 10:10).
Seguramente robará su fe y su comunión con Dios.
“Hice pacto con mis ojos; ¿Cómo, pues, había yo de mirar a una virgen?” (Job 31:1).
Quiero invitarle a hacer lo que hizo Job, un pacto con sus ojos. Inclínese delante del Altísimo. Él va a traer a su memoria todas las cosas sucias que entraron por sus ojos.
Arrepiéntase, confiésese, y entre en acuerdo con sus ojos de que nunca más los fijará en el pecado. Así le estará cerrando una puerta más a la entrada del mal en su vida.