En la vida tenemos básicamente dos elecciones cuando se trata de desafíos, adversidades, malas noticias o tragedias: desistir o luchar con todo lo que tenemos para superarlo.
No hay duda sobre qué elección es la más fácil a corto plazo. Desistir trae un alivio inmediato, el fin de la presión, la llegada de un descanso. Pero todo eso a largo plazo se transforma en amargura, sentimiento de fracaso, y descreimiento en sí mismo.
Luchar hasta la última gota de sangre es doloroso a corto plazo. El mayor enemigo no es ni siquiera el problema, sino esa voz que no quiere callarse en su mente: “Desiste, ya no hay una solución, no vale la pena”. La buena noticia es que a largo plazo ese dolor se transforma en satisfacción y la voz pasa a ser: “Venciste. Puedes aún más.”
Usted no elige el problema, pero luchar o desistir es exclusivamente su decisión.
Extraído Blog Obispo Renato Cardoso
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