Pablo les escribió a sus ciudadanos dos evangelios del Nuevo Testamento. Antigua y poderosa ciudad griega, Corinto llegó a competir también con las poderosas (cultural, política, militar y económicamente hablando) Atenas y Esparta. En la época de las ciudades-estado (cuando cada una era un reino autónomo), Corinto se constituyó como un importante polo económico, situado en la punta del Itsmo de Corinto, que une la región del Peloponeso al resto de Grecia; donde se encuentra hoy, un importante canal que acorta considerablemente los viajes marítimos costeros.
Fue al pueblo de esta localidad que Pablo dedicó dos evangelios importantes del Nuevo Testamento, a manera de cartas (1ª y 2ª Corintios), donde también vivió por algún tiempo fabricando y vendiendo tiendas para su sustento mientras les predicaba a sus habitantes.
Corinto, en aquel entonces soberana, fue una de las más efervescentes ciudades-estado de la antigüedad clásica. Su estratégica ubicación comercial posibilitaba que recibiera influencias de las más importantes culturas de la época, con cuantiosos beneficios para las artes; ¡y qué decir sobre la gran posibilidad de acumular riquezas que tenían! Pero el enriquecimiento también hizo que la ciudad atrajera mucho libertinaje, siendo sus prostitutas – adeptas a la diosa Afrodita – famosas en todo el mundo, conocido entonces.
La situación llegó a tal punto, que la palabra “corintio” se ganó una connotación peyorativa por los pueblos circundantes que la usaban para hablar de comportamiento inmoral. “Mujer corintia” se refería de una manera clara y prejuiciosa a la prostituta y se utilizaba muy a menudo como un fuerte insulto.
En la antigüedad, fue dominada (como muchas ciudades-estado griegas) por Alejandro, el Grande, perdiendo su autonomía y quedando bajo el poder macedónico. Después de Alejandro, Corinto fue dominada por los romanos, en 146 a.C. (antes de Cristo), quienes invadieron la ciudad, mataron a todos los hombres y vendieron a sus mujeres y niños como esclavos. Toda su riqueza fue saqueada, y sus ricos edificios destruidos. Por las constantes derrotas, los griegos se sometieron a Roma, y comenzó el período de la Grecia romana. En el 46 a.C., el emperador Julio César decidió reconstruir Corinto, haciéndola la capital de la provincia romana de Acaya.
Después de Cristo, Corinto fue una de las muchas ciudades visitadas por el apóstol Pablo, quien se asentó allí durante su segundo viaje misionero. Mientras estuvo en Corinto, estableció una iglesia y trabajó en un mercado al norte como fabricante y vendedor de tiendas, actividad que desarrolló para su sustento. En su lugar de trabajo, aprovechaba para hablar de Cristo a sus clientes y a otros comerciantes.
Fue en ese mercado que conoció a dos grandes compañeros de peregrinación, Priscila y Aquila, este matrimonio también era fabricante de tiendas y ex-judíos como él, además de ser desterrados de Roma. Más tarde, el matrimonio siguió a Pablo hacia Éfeso, donde instituyeron una iglesia más, para hablar de la salvación por intermedio de Jesús, a los habitantes del pueblo. Fue recién después que el apóstol escritor envió a la iglesia corintia las cartas (transformadas posteriormente en evangelios) enseñando mucho sobre la conducta cristiana.
Obras, terremotos y conflictos
Con el objetivo de acortar los viajes marítimos que resultaban muy largos y agotadores (ya que en esa época las embarcaciones estaban obligadas a navegar 200 millas marítimas alrededor del Peloponeso) el emperador romano, Nero, ordenó la construcción de un canal, en el Itsmo de Corinto, dando un uso provechoso a la parte más estrecha del pasaje natural; que unía la parte insular con la parte continental griega.
Por ese motivo, en el año 66, cerca de 6 mil jóvenes esclavos judíos cavaron manualmente el mármol. Al año siguiente, el emperador murió y su sucesor canceló la obra por considerarla cara y demasiado grande. El trabajo lo retomó recién en 1881, una empresa francesa, que terminó el canal en 1893. La unión entre el Mar Egeo y el Golfo de Corinto funciona hasta hoy, pero no permite el paso de barcos muy anchos.
Corinto fue destruida por un gran terremoto en el año 375. Después de los saqueos de los bárbaros (llamados así a los pueblos no romanos), que llegaron a capturar varios corintios y venderlos como esclavos, fue construida una extensa muralla, con un largo de 10 kilómetros, a fin de proteger la ciudad y el acceso a la península del Peloponeso. Otro terremoto arrasó la ciudad en el 551. Pero ese no fue el último, en el 856, un temblor, aún más fuerte, mató a más de 45 mil habitantes.
El Imperio Franco dominó el territorio aproximadamente hasta el 1200. En 1388, el Imperio Bizantino tomó Corinto. Los otomanos la tomaron en 1395, pero la ciudad fue reconquistada por los bizantinos en 1403. Los otomanos no se dieron por vencidos y volvieron por Corinto dos veces más, siempre con conflictos con los distintos pueblos que la ambicionaban por su privilegiada ubicación geográfica. La ciudadela de Acrocorinto (con el prefijo griego acros, “alto”), situada en la cima de un monte de 550 metros (foto), era el refugio, morada de gobernantes y sede de templos paganos; algunas de esas ruinas permanecen recibiendo turistas de todo el mundo, hasta hoy.
La base de Pablo rumbo al oeste
Históricamente, el área fue disputada por varios reinos. Pero esa mezcla, culturalmente rica, le permitió a Pablo de Tarso hacer de la ciudad un punto estratégico para avanzar con su misión rumbo al oeste. Una ciudad cultural, económica y artísticamente riquísima, símbolo de éxito financiero, le recordaba mucho a Pablo a su Tarso natal, sobre todo por la gran inmoralidad del lugar. Predicando en las sinagogas, convirtió a muchos judíos, pero con numerosos conflictos. Por lo cual llegó a adoptar una estrategia interesante: empezó a dedicarse más a los no-judíos, lo que le dio mucho éxito. Como la región era un paso muy utilizado, sus enseñanzas eran llevadas por los nuevos convertidos a sus pueblos de origen.
Los judíos, incómodos por la situación, acusaron al apóstol de herejía, pidiéndoles a las autoridades romanas que lo arrestaran. Galio, procónsul romano, declaró improcedente el pedido de prisión, descartando que la actividad de Pablo fuera ilícita, sino, más bien, un asunto de interés judío interno. Poco después de eso Pablo se fue de la ciudad con Aquila y Priscila, dejándole a los corintios una iglesia cristiana establecida, continuando el recorrido, junto a sus compañeros, hacia Éfeso.