Hace miles de años, el Monte Moriah fue lugar de importantes pasajes bíblicos. Situado en la actual región de la Ciudad Vieja, en Jerusalén, Israel, se cree que a él subió el patriarca Abraham para sacrificar a su hijo Isaac, según el mandamiento de Dios (lea Génesis 22:2). También fue en él que David vio al ángel que destruía Jerusalén, incluso por orden de Dios, insatisfecho con Su pueblo (lea 2 Samuel 24). Habiendo el Creador mandado al ángel a detener la destrucción, David adquirió a precio justo la tierra donde lo había visto y levantó allí un altar, más adelante le encargó a su hijo Salomón levantar en el lugar el famoso templo que substituiría al Tabernáculo, obra de las más innovadoras del planeta en esa época.
Como dejan claros los relatos bíblicos, la región era inhabitada en esa época. Salén, el pueblo que más tarde daría origen a Jerusalén, quedaba en las cercanías. Muchos después de Abraham, en los tiempos de David, el famoso rey de los judíos compró aquellas tierras en el capítulo del ángel exterminador de Jerusalén, donde quedaba entonces una era (zona de tierra de arcilla usada para desgranar y secar granos) de los jebuseos, a precio justo. El monarca ordenaría que allí fuera construido el templo de adoración a Dios.
Hoy, la zona es dominada por los musulmanes, siendo prohibida la entrada a los judíos donde antes quedaba el gran templo destruido por los romanos. Conocida como la Terraza de las Mezquitas, el territorio tiene en su centro la Cúpula de la Roca, santuario islámico donde el profeta Mahoma habría subido a los cielos, según la tradición de su pueblo. Inmediatamente abajo, en lo que quedó de las murallas de contención del una vez inmenso templo, está el famoso Muro de los Lamentos (foto), zona de peregrinación de judíos de todo el mundo.
El Monte del Templo, uno de los varios nombres del, tiene importante sentido sagrados para los cristianos, musulmanes y judíos, a pesar de las discordias entre las tradiciones. Los judíos creían que allí debe ser levantado el gran templo, en los tiempos de su mesías, que aún no ha venido. Su tradición prohíbe el acceso a la zona, pues el lugar es sagrado para ellos y podrían, sin querer, violar la zona en que antiguamente se encontraba el Santo de los Santos, área del templo en que sólo el sumo sacerdote podía pisar para hablar directamente con Dios. Como no se sabe exactamente donde la estructura interna del templo quedaba, se prohíbe la zona en general.
Varias mezquitas fueron construidas alrededor de la cima del monte, cercanas a la gran cúpula forrada de oro, que puede ser vista a kilómetros de distancia, dominando el paisaje de la actual Jerusalén.
La región del Monte del Templo
El Monte del Templo, situado en Jerusalén, es uno de los menores montes de la región, con 743 metros por encima del nivel del mar. Hace división al oriente con el Portal Dorado (foto de al lado) -según la tradición cristiana- a través de él, Jesús entró en Jerusalén, y, en la tradición judaica, es por donde entrará el Mesías, pues los judíos no creen que Jesús lo sea.
Jerusalén es una ciudad montañosa y, entre todas las montañas, el Monte Moriah es el más próximo a la Ciudad Vieja de Jerusalén, haciendo división al oeste con el Muro de los Lamentos, el lugar más sagrado del mundo para los judíos por ser lo que resta del Segundo Templo.
La Ciudad Vieja
La Ciudad Vieja de Jerusalén, construida originalmente por el Rey David en 1004 a.C (antes de Cristo), desde aquella época fue considerada el centro del mundo para su cultura. Mapas antiguos muestran a los tres continentes conocidos en aquella época: Europa, Asia y África, situadas en un círculo con Jerusalén en el centro.
Glorificada por reyes, gobernantes y conquistadores, muchos intentaron saquearla, dada su importancia histórica para las tres mayores religiones del mundo. Peregrinos, mendigos, mercaderes, estudiantes, grandes sabios, guerreros y esclavos han caminado por sus calles, y tal vez ese sea uno de los motivos por los cuales la Ciudad Vieja tiene la atmósfera de un pasado todavía vivo en sus antiguas construcciones, debidamente preservadas.
Declarada como patrimonio mundial de la humanidad en 1981, por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, Ciencia y Cultura (Unesco), la Ciudad Vieja de Jerusalén, cercada por una muralla de más de 4 kilómetros, siete portones, 34 torres y una ciudadela (la Ciudad de David), es dividida en cuatro bloques residenciales:
–El barrio árabe– En el bloque árabe, al lado del Muro de los Lamentos, se encuentra un Shuk (mercado) Árabe. Sin embargo, los shuks son verdaderas instituciones sociales, más que las simples ferias. Son famosos por ser los lugares más democráticos en cualquier país del Medio Oriente. Por allí suceden discusiones acaloradas sobre precios y ofertas.
Un shuk es ideal para comprar recuerdo típicos de la región, como pashminas (lienzos ornamentales femeninos), tejidos, alfombras, adornos para la casa, narguiles (grandes ampollas de vidrio para fumar hierbas), remeras turísticas, condimento y especias, además de probar las deliciosas golosinas árabes. Uno de los pocos lugares en el Medio Oriente en el que es posible hacer compras en portugués (o en otros idiomas), debido a la diversidad de turistas que pasan por la región diariamente; los comerciantes árabes, para conquistar más clientes, aprendieron lo básico de cada idioma. Es común en algunos de ellos que llamen a un brasileño de “tacaño” (en portugués inclusive) por no comprar sus productos, lo que no quiere decir que las negociaciones estén cerradas.
-El barrio judaico- En él, además de residencias y sinagogas, se encuentra el Muro de los Lamentos. La visita al muro es abierta a todas las personas, sin restricción a creencias religiosas -sin embargo, la única exigencia es que los hombres se pongan un gorro (Kipá) sobre la cabeza y que las mujeres se cubran los hombros y el escote.
El barrio también cuenta con sitios arqueológicos valiosos, como la Casa Quemada (restos de una casa del templo de la destrucción de Jerusalén por los romanos, hace 2 mil años). Y el Cardo, una calle comercial construida en el siglo VI por los romanos.
-El barrio armenio- Los armenios se establecieron en Jerusalén en el siglo IV. En la Ciudad Vieja, ellos construyeron el menor de los cuatro barrios. En la región armenia es posible encontrar residencias, el Museo Armenio, que muestra la cultura del pueblo, además de buenos restaurantes, que sirven la tradicional comida armenia, como el sujuk (una salchicha de carne de vaca deshidratada y condimentada con diversas especias), shakarishee (un tipo de bizcocho mantecoso), o el salame armenio, la basturma, que es cortada en el espesor de una hoja de papel y cocido en manteca con especias y huevos.
La cerámica armenia (foto a la izquierda) es muy comercializada en el barrio de la Ciudad Vieja. Son lindas y delicadas piezas decoradas que reflejan la tradición del país.
-El barrio cristiano- El bloque tiene más de 40 iglesias, monasterios y albergues que fueron construidos para los peregrinos cristianos. En el centro del bloque se encuentra la Iglesia del Santo Sepulcro, o la Iglesia de la Resurrección, el lugar en el cual Jesús fue enterrado después de Su caminata final rumbo a la cruz, conocida como Vía Dolorosa. El camino, aún transitado, comienza en el patio donde está actualmente el Portal del León y termina en el Monte del Calvario, donde Cristo fue crucificado. Muchos peregrinos cristianos andan por la vía, siguiendo la trayectoria final del Mesías.
La cuestión del sacrificio de Isaac
Mucho se cuestiona el pasaje bíblico del intento de sacrificio de Isaac por Abraham, su padre. Los cristianos recién convertidos (incluso algunos veteranos) no logran entenderlo en un primer análisis. Y no hay cómo culparlos, hasta que sea hecha una interpretación más interesante. A primera vista, Dios quiso de Abraham una prueba de fidelidad y amor, para eso debía sacrificar a su hijo legítimo prometido a él por el propio Señor. Abraham, incluso habiendo confiado siempre en Dios mientras que muchos dudarían, siguió la orden. No se puede decir que su corazón no estaba afligido, y que no lamentaría la muerte del hijo.
Isaac, viendo la leña y el cuchillo, preguntó sobre el cordero que sería sacrificado. Abraham, en una mezcla de esperanza y de fuga del asunto, solo respondió que Dios proveería el animal. En la cima del monte en la región de Moriah, donde Dios le ordenaría, el patriarca judío ató al hijo y levanto la cuchilla para matarlo en sacrificio sobre el altar. Un ángel del Señor interrumpió al anciano, liberándolo del acto.
¿Pero cómo Dios sería capaz de pedirle a un padre que mate a su adorado hijo? Es exactamente ahí que está una de las cuestiones más interesantes del capítulo. Abraham, habiendo esperado una vida casi entera por un hijo, de cierta forma idolatraba a Isaac.
Al final, el anciano no subió al monte para perder a su hijo, sino para encontrarlo. No subió para perder un hijo, sino para perder un ídolo.
Abraham, de esta manera, entendió que debía adorar solamente a Dios, y amar a su hijo como un hijo, no como un objeto de adoración. Entendió no solo su amor por Isaac, sino también el amor de Dios por todos.
La idolatría consiste, en una definición más simple, en pensar que algo o alguien son imprescindibles en su vida. Una persona querida, un trabajo, un bien material, un vicio y tantas otras cosas que, amadas de forma equivocada, nos hacen pensar que sería imposible vivir sin ellas.
Dios, en la lección que le dio a su amado Abraham, solo le enseñó a amar de manera correcta. No hay nada incorrecto en amar a nuestra familia, nuestras conquistas, nuestros bienes, si eso es hecho correctamente, cada cosa en su lugar como el amor apropiado a ellas. Muchos de nosotros necesitamos llevar nuestros Isaac a un Moriah.
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