Según el diccionario, parricidio es la muerte dada a un pariente próximo, especialmente al padre o la madre.
El concepto se emplea para denominar al crimen que comete una persona contra su madre, su padre u otro pariente con quien mantenga un vínculo de sangre directo, ya sea descendente o ascendente.
En la actualidad, el vínculo sanguíneo se considera como un agravante a la hora de juzgar un crimen. Los parricidas, por lo tanto, reciben una pena generalmente mayor que en otros tipos de asesinatos.
Los casos más frecuentes de parricidio en la antigüedad se daban en el marco de luchas de poder entre monarcas. La historia ha recogido hechos trágicos en los que un príncipe asesinaba a su padre (el rey) para acceder al trono.
En Argentina, el parricidio más famoso es el que cometieron los hermanos Pablo y Sergio Schoklender. Ambos jóvenes decidieron poner fin a la vida de sus progenitores en 1981.
Pero, ¿qué puede llevar a un hijo a quitarle la vida a su propio padre?
El asesinato del padre, junto con el incesto, son los dos máximos delitos de los hombres, el parricidio constituye un atentado contra el orden de la filiación, es decir, contra el arreglo institucional que hace de alguien el hijo de sus dos padres.
Este delito es una forma calificada de homicidio, está comprendido en el artículo 80 del Código Penal y es uno de los más graves.
Al autor de este crimen le corresponde prisión perpetua, sin alternativa. Solo atenuada si se comprueba que existió maltrato, violencia física o psíquica, abuso sexual, en cuyo caso la pena puede ir de 8 a 25 años de prisión.
Consideraciones legales, sociales y psicológicas aparte, el parricidio nos habla de almas perdidas, de personas que están lejos de Dios y que atentan contra la vida de sus padres y contra la suya propia. Sí, contra la propia, porque matar a quien les dio la vida es de alguna manera matarse a sí mismos, matar su origen. No importa qué historia hubo en el medio, no importa si ese padre o esa madre fueron malos padres. Quien mata a sus propios padres atraviesa un límite que transgrede la ley de los hombres y principalmente la de Dios que manda a honrar a los padres.
Mata a quien lo engendró.
Mata a su prójimo, al que Dios manda a que amemos como a nosotros mismos.
Se mata a sí mismo.
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