María un día recibió la noticia de un ángel: Sería madre del Salvador de la humanidad. En el mismo momento estaba asustada, porque no conocía a ningún hombre en la intimidad, pero se tranquilizó al entender que el Espíritu Santo descendería y cumpliría Su palabra (Lucas 1:29; 33; 38).
Y fue así, de una forma muy diferente a los ojos de la sociedad de la época, que comenzó la relación entre José y María.
Más tarde, sabiendo que María estaba embarazada antes de ser su esposa, José pensó en dejarla, pero Dios le dio un sueño profundo y así él entendió el propósito, conociéndola como mujer solamente después de dar a luz a Jesús (Mateo 1:18-25).
Las luchas para obedecer la palabra
José y María con seguridad sufrieron grandes represalias de las personas. No era normal que una mujer estuviera embarazada siendo soltera y, aún peor, que un hombre deseara casarse con ella sabiendo eso.
El hecho es que ellos creían en Dios y en Sus propósitos. Ellos tenían seguridad de lo que estaban haciendo y de lo que estaba sucediendo en sus vidas. Se sentían honrados por ser los elegidos para ser los padres de Jesús.
Todavía encontramos en los días de hoy, este prejuicio de que José y María sufrieron, pero con otros moldes.
Cuando la pareja posee muchos compromisos con Dios, se comprometen con la obra y participan de las iniciativas de la iglesia, los familiares son los primeros que reclaman y juzgan. ¿Qué cristiano no vivió eso algún día?
Así como José y María, no tenemos que darle importancia a lo que los otros piensan, dicen o hacen. Lo que más importa es que la familia esté en el centro de la voluntad de Dios, realizando lo que Él mostró, agradándole solamente a Él en todo. La opinión ajena no es importante cuando Dios está en el control.
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