Ludmila Paredes vivió atrapada en los vicios desde muy joven, ella cuenta cómo hizo para salir adelante. Lo que la llevó a esta vida fueron los problemas familiares sumados a un abuso por parte de un familiar. Sus padres peleaban todo el tiempo debido a las infidelidades, incluso su madre estuvo a punto de clavarle un cuchillo en la garganta a su padre. “Yo no decía nada de que mi tío me manoseaba porque sabiendo como mi mamá reaccionaba, podría matarlo y yo no quería más problemas en casa. En ocasiones venía él y me abrazaba, cuando mi mamá se daba vuelta comenzaban a manosearme. Mi mamá me mandaba a su casa cuando se iba a trabajar, y yo le tenía terror porque me manoseaba. En ese tiempo me comenzaron a gustar las nenas siendo que tenía tan solo 9 años de edad. Habré marcado la mente de más de una nena porque jugábamos al papá y la mamá y yo siempre era el varón. El abuso me había vuelto una persona tímida delante de los adultos, pero dominante con las nenas, yo pensaba que nos pasaba a todas lo mismo”, relata.
Su vida era un desastre, comenzó con problemas espirituales, no dormía, tenía miedo, perturbaciones espirituales, escuchaba pasos y que la llamaban. En esos momentos su familia se acercó a la Universal, pero solo participó durante un tiempo y se alejó.
“En la adolescencia comencé a salir, cuando no me dejaban, manipulaba a mis padres. A los 12 comencé a fumar, me hacía la canchera, después a tomar y comencé a tener amigas más grandes, con ellas iba a bailar y a la cancha, me volví fanática de un club de fútbol. Yo no les conté que me gustaban las mujeres, no tenía el coraje de asumirlo porque ni yo entendía lo que me pasaba.
Con 14 años todos los días fumaba marihuana. Después quería algo más fuerte así que fumaba cogollos de cannabis y lo mezclaba con alcohol. A los 15 decidí buscar por internet a un hombre para tener mi primera vez, elegí al más popular de una red social y busqué a alguien para hacerle un trabajo para estar con él. Si bien funcionó, lo perdí porque se enamoró de mi mejor amiga de la infancia. Eso me deprimió completamente y comencé a relacionarme con mujeres. Yo quería estar con alguien que me quiera, así que me involucré con un amigo de él, pero él todo el tiempo me dejaba, me humillaba y solo volvía porque yo le pedía perdón.
Después empecé a relacionarme con cualquiera con tal de drogarme. Yo consumía y corría picadas con mi novio en moto, necesitaba la adrenalina porque mi vida era un descontrol. En ese tiempo me acordaba de las prédicas del pastor, me venían como flashes, pero seguía con mi vida desenfrenada. Es más, empecé a consumir cocaína y a hacer carreras en lancha”, relata.
Para costear sus vicios ella vendía su ropa, sus zapatillas, le robaba a sus padres y llegó a cobrar por sexo en un ambiente de mucho poder adquisitivo. “Hacía lo que fuera para consumir, eso fue lo más bajo que he hecho. En un momento me vinieron a la mente las palabras del pastor cuando explicaba que cuando una prostituta vende su cuerpo, por la razón que fuere, lo que más quiere es huir de allí, eso me hizo reaccionar. Abandoné esa vida y regresé a la iglesia”, afirma.
Cuando ella se dio la oportunidad de buscar ayuda, le costó mucho porque no lograba concentrarse y eso le impedía tomar la decisión de cambiar. “Tardé un año en ser libre de todo, pero cambió mi mente, ya no necesito consumir drogas o alcohol para sentirme bien. Ahora soy feliz”, afirma sonriendo.
[related_posts limit=”17″]