José Rojas: “A los seis años mis padres se separaron. Mi hermana y yo nos quedamos con mi papá. Cuando tenía nueve o diez años mi padre se casó con una mujer. Ella hacía que él me pegara, me golpeaba con palos, cables, con lo que fuera. Cada año que pasaba era peor. Lo odiaba, se me metió en la cabeza convertirme en un delincuente. Empecé con los cigarrillos, mi papá sintió el olor y me pegó, pero seguí. Un día me invitaron marihuana y así me integré al grupo de pibes.
Si no quería robar para consumir, tenía que traer algo de mi casa para vender. Probé cemento de contacto y cocaína, la consumía con el porro. A los 16 años, cuando apuñalaron a uno enfrente mío, pensé que me podía tocar a mí y me fui a vivir a la calle.
No tenía ganas de vivir, pero no quería suicidarme, pensaba en meterme a un tiroteo con la policía para que me recordaran.
Me vine a Buenos Aires, pero no podía dejar las drogas. No recuerdo cómo conocí la Universal, no me imaginaba que había gente que te quiere ayudar. Cuando llegué me preguntaron qué me pasaba y me largué a llorar, nadie se había preocupado por mí.
Con el tiempo me sentía bien, tenía trabajo y amigos de verdad, pero no dejaba las drogas.
En una reunión de la Cura de los Vicios determiné que iba a dejar las adicciones. Entonces fue que me bauticé. Hoy estoy bien y tengo una hija hermosa gracias a Dios. Me gusta hablarle a los pibes de mi experiencia y que se puede salir adelante”.
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