Luis: “Tuve que trabajar desde los siete años, mi mamá estaba sola y debía ayudarla. Vendía en la calle, pero llegué a robar. Crecí de golpe, estaba deprimido y era tímido. Odiaba a mi papá y nunca se me cruzó por la cabeza tener una familia.
Cinthia tampoco tuvo una vida fácil: “Todo cambió luego de la muerte de mi abuelo. Se puso peor después de sufrir el abuso de un familiar, durante varios años. Cuando le dije a mi mamá, no me creyó. Me sentí sola y deprimida.
Cuando vi que mi papá le pegó a mi madre, eso me marcó. Al verlo sentía rechazo hacia él. Fui creciendo y quería formar una familia, pero estaba enferma. Tuve problemas de tiroides, desmayos, dolores de vientre y espasmos”.
Cuando Cinthia y Luis se conocieron creyeron que todo sería diferente. Pero él no lograba comprometerse: “Yo era mujeriego y constantemente pensaba en la muerte. Después empezamos a tener problemas económicos. Yo le hacía la vida imposible.
Lo peor fue cuando ella estuvo internada y yo sin trabajo. Iba al Hospital para comer la mitad de la comida que le daban. Cinthia estaba embarazada y yo me preguntaba para qué traeríamos un hijo a este mundo.
Al salir de la internación, encontré un ejemplar de El Universal. Llegué a la Iglesia y algo cambió. Pero después nos apartamos, ella estaba embarazada por segunda vez y lo perdió, decidimos volver a Dios de verdad.
Luchamos, nos casamos y conseguimos trabajo y yo tengo un emprendimiento. Estamos sanos y el matrimonio está restaurado”.
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