Susana Pintos comenzó con problemas desde los 6 años de edad, su familia era muy pobre, su papá era alcohólico y su mamá era muy violenta. Su papá se fue de su casa en reiteradas ocasiones, eso ocasionaba discusiones con su madre, ella, entonces, para desquitarse los golpeaba a los chicos.
“No recuerdo un día de felicidad en mi niñez, a los siete años fui violada y no le podía contar nada a mi mamá porque le tenía miedo. Eso me produjo pesadillas, sentía que nadie me quería, que estaba sola y que no había ni una persona que me valorara. Desde ese día todos los días de mi vida pensaba en morir. A los catorce años me fui de mi casa, comencé a trabajar y a fumar.
Estaba más cómoda en las casas donde trabajaba, entonces me enamoré de un muchacho. Cuando le dije que estaba embarazada, él se fue, no se iba a hacer cargo”.
El sufrimiento aumentó, no tenía nada para ofrecerle a su hijo, no tenía a nadie con quien contar, ni trabajo. “Estaba muy sola, quería morir, entonces tomé muchas pastillas para dormir, esa decisión fue grave, porque estaba embarazada. Me quería morir, no quería despertar al otro día. Pero fue peor, porque tuve que regresar a la casa de mi madre. Sufrí muchísimo maltrato psicológico durante el embarazo, pasé hambre, me reprochaba por todo y yo no sabía qué hacer. Me decían que buscara a Dios, pero yo me preguntaba adónde estaba Dios que no me ayudaba cuando pedía por favor que mi madre no me pegara y en otras situaciones. Cuando nació mi hijo anduvimos de un lado para otro, intenté suicidarme con él en brazos porque no lo iba a dejar, porque nadie lo iba a cuidar, a querer”.
Al tiempo conoce a su esposo, viven una historia de amor y cuando queda embarazada comienza nuevamente el sufrimiento porque él le era infiel, ella lo sabía y no podía decir nada por miedo a que la abandonara. “Él me maltrataba psicológicamente, eso me hizo entrar en depresión, me sentía una inútil”.
Ella tuvo la posibilidad de acercarse a la Universal tras la invitación de su hermana, su hijo estaba enfermo y debían operarlo porque no le bajaba la infección, era un conflicto tremendo porque no creía que Dios existiera. “Mi hermana me dijo que fuera, que iba a ver una solución. Participé de la reunión y tuve seguridad. Estaba más tranquila, iba a las reuniones y perseverando logré la sanidad de mi hijo y la transformación de mi matrimonio. A mi marido lo odiaba y ahora tengo paz, estoy tranquila, porque sé que él cambió y ya no me engaña. A través de la fe recuperé las ganas de vivir, ya no pensé nunca más en terminar con todo”, afirma sonriendo.
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