La salud de Inés Moreno se vio afectada por un soplo de corazón y por la fiebre reumática desde los dos años de vida. Dejó de caminar y estuvo internada 8 meses la primera vez, no podía ni sentarse, además tuvo infecciones en la garganta. Por seis meses estuvo sin poder caminar. A los seis años ya frecuentaba iglesias buscando que Jesús la curara, escuchaba hablar de Dios, pero le faltaba conocer Su poder.
Hasta los 18 años estuvo con inyecciones de penicilina, le aplicaban benzetacil cada quince días, luego decidió cortar el tratamiento. “Los médicos querían operarme de las rodillas y yo me negaba. No aceptaba que me operaran. Sufría los dolores día y noche, era tremendo, recuerdo que gritaba del dolor”, cuenta.
Ella no podía llevar una vida normal, los chicos la discriminaban porque cuando salía del hospital estaba hinchada y cubierta de vellos por los efectos secundarios de los corticoides.
“Yo me aferraba a Dios, sabía que Él me sanaría, entonces confiaba y no me desanimaba. De esta manera dejé la medicación determinada a tener una nueva vida y por mi fe se me fueron los dolores.
Recuerdo que era retraída y solitaria, cuando comencé a trabajar no tenía muchas amistades, hasta que conocí al padre de mis hijos. Fuimos muy felices mientras duró nuestra relación, pero de repente comencé a notarlo distante.
Un día se puso a llorar porque estaba triste, me dejó y volvió a la casa de sus padres. Hacía poco tiempo que su padre había muerto de un infarto manejando el auto, encima la madre murió en una semana con un cáncer de hígado fulminante, no era normal una enfermedad terminal que evolucionara de manera tan rápida. Con el tiempo él regresó a mi casa, estábamos divorciados pero éramos amigos. Desde ese momento empezamos a perder todo, ahí me di cuenta de que había algo raro por detrás, porque no era una situación normal”, destaca al recordar esos difíciles momentos que enfrentó.
Ella comenzó a padecer asma y le surgió una complicación en la válvula mitral. Su estado era tan grave que no podía caminar ni una cuadra. En ese tiempo el padre de sus hijos falleció en quince días, tenía un tumor en la espalda y nunca había sentido nada.
“Para ese entonces tenía insomnio, miedo, depresión y pensaba en suicidarme tirándome desde la terraza, ese fue el peor momento que pasé”, agrega.
Inés miraba la programación televisiva de la Universal pero le costaba llegar a la iglesia, finalmente llegó cuando estaba a una semana de ser operada a corazón abierto. Era la última puerta que golpeaba. Le daban seis meses de vida porque sufría palpitaciones y una válvula no funcionaba en su corazón.
“Dios me sanó, no hizo falta que me operaran, fui libre de todos los problemas de salud, no tengo ninguna secuela y avancé económicamente. Hoy soy feliz, hace nueve años que me volví a casar, la relación es una bendición. Dios me dio una nueva vida y una excelente salud”, finaliza sonriendo.
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