“Nací en una familia muy perturbada. Eso me volvió una persona insegura, llena de complejos y miedos. Esos sentimientos negativos me impedían conquistar cualquier cosa que quisiera. Era impaciente y me sentía muy infeliz al ver a otras personas contentas a mi alrededor porque no conseguía sonreír nunca.
Todo eso me hacía sentir una persona inferior. Creo que la manera que me veía era la raíz de todo ese desánimo que sentía delante de la felicidad de mis amigas. Simplemente no lograba entender por qué ellas podían tener éxito en lo que hacían, conseguían conquistar todo lo que querían, eran felices en la vida sentimental y yo no. Veía mi vida y me lamentaba.
Ese sentimiento de auto-piedad, con el tiempo, fue empeorando. Mientras que mis amigas conseguían un buen trabajo, tenían novios, se compraban autos, yo comencé a sentirme frustrada con eso. No se los demostraba claramente, pero, siempre que venían a compartir una alegría conmigo, interiormente me sentía mal. Llegaba al punto de preguntar: “¿Cómo consigues eso y yo no?”
Comencé a darme cuenta de que eran mis actitudes y todo eso que sentía la respuesta para la pregunta que les hacía a mis amigas. Era por eso que no lograba conquistar nada. Noté que aquellas que eran cercanas a mí, comenzaron a esconderme sus alegrías y ya no se sentían más con ganas de estar conmigo. Me sentí muy sola y vi que necesitaba tomar una actitud o sufriría aún más.
Ese cambio necesitaba venir desde adentro, para reflejarlo en mi exterior. Claro que es un proceso, nadie cambia de repente, pero empecé a tomar algunas actitudes. Me enfoqué en mis objetivos de vida, busqué aproximarme a lo que me hacía feliz y, finalmente, comencé a mirar de otra manera a mis amigas. Vi que también podía tener todo lo que quisiera, que no era una competencia, que debíamos ser unidas. La felicidad de ellas pasó a ser la mía, pues ya no me sentía más acomplejada o con miedo. Aprendí a amarme y a aceptarme. Hoy me alegro por ellas.
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