María Ester Ortellado sufrió mucho durante su infancia y adolescencia, cuando se casó, se encontró con una situación que no sabía cómo manejar: estaba volcando en su esposo los problemas que la habían hecho sufrir toda su vida. Los maltratos que recibió por parte de su madre, que tenía un carácter fuerte, se repetían, pero ahora era ella quien hacía lo mismo. De esta manera los maltratos pasaron a ser algo constante en su vida familiar. El tiempo pasó y ella tenía exactamente el mismo comportamiento con su esposo y sus hijos.
“Mi mamá me decía cosas feas, que era igual que mi padre, y no me daba el cariño que necesitaba. Recuerdo que me preguntaba para qué me había tenido, si siempre estaba sola. Esto generaba en mí mucho miedo al abandono”.
Cuando se casó, trataba a sus hijos como ella había sido tratada por su madre, con su esposo peleaban y llegaron a separarse por los vicios de juego que él tenía, él llegaba a jugarse todo el sueldo.
“Estaba desesperada, la angustia me oprimía por todos los problemas que enfrentaba y mi hijo estaba en la cárcel hacía siete años. No podía más, entonces tomé la decisión de suicidarme abriendo el gas. Ese día, cuando me iba a matar, escuché en la radio la programación de la iglesia y opté por acercarme a buscar ayuda. Así comencé a participar de las reuniones y poco a poco fui venciendo todo lo que me afectaba. Perseveré en las reuniones, pedí por mi hijo y salió en libertad, yo fui curada y la soledad que había en mi interior desapareció”.
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