Ludmila Paredes: “No recuerdo haber tenido buenos momentos en la infancia, ni ser feliz. Desde chica sufrí tormentos espirituales. En mi casa, hasta los electrodomésticos se encendían solos.
De noche sentía que alguien me tocaba y que me respiraba al lado. Tanto era el miedo que dormía con mis padres. A lo largo de mi vida, pasé por diferentes abusos y estos dejaron profundas marcas. Dentro de mí se generó un vacío enorme.
Mendigaba amor, quería un poco de cariño. Salí con hombres y mujeres, pero esas relaciones no me ayudaron a estar mejor, era una constante búsqueda.
Uno de los peores momentos fue por una relación que tuve a los 15 años. Yo estaba desesperada por la atención de ese hombre. Después, trabajé en un boliche y ahí viví situaciones difíciles. Me volví alcohólica, desayunaba, almorzaba y cenaba alcohol, estaba perdida.
No entendía por qué pasaba por tanto, era chica y se sumaron todos los problemas. Ese día me encerré, junté todas las pastillas que había en mi casa y les escribí una carta a mis padres. Decía que para mí, no tenía sentido la vida, yo creía que era un problema para ellos. Era un peso, por eso cerré los ojos y esperé morir, pero seguí viva. La última sobredosis, me hizo creer que no había solución. Ya no tenía autoestima.
Llegué a la Universal por una invitación. Luché por mí e hice un voto con Dios. Necesitaba el Espíritu Santo, pero sabía que debía llamar Su atención. Dejé el odio, las mentiras, porque nadie sabía lo que me pasaba. Yo resucité, porque en realidad, estaba muerta en vida. el vacío que sentía desapareció, tengo ganas de vivir. Encontré a Jesús y hoy ayudo a que otras personas lo conozcan”.
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