Alejandra Arias: “Sufrí prácticamente desde que nací y crecí siendo rechazada. Pasé hambre, frío y maltratos, vivíamos en un rancho de barro con techo de paja, ahí contraje Mal de Chagas. Me enviaron a vivir con mis abuelos, pero mi abuela le escribió a mi papá para que me fuera a buscar porque mis primos querían abusar de mí. Mi papá me llevó a vivir con mis tías, una de ellas me trataba como una sirvienta, otra tía me cuidó y pude estudiar, después me fui a trabajar como empleada con cama adentro porque un familiar intentó abusar de mí.
Conocí a un hombre que me engañó y me violó. Tiempo después conocí a mi esposo, estuvo todo bien al comienzo, pero él era muy celoso y por eso ni siquiera pude terminar de estudiar y perdí los mejores trabajos.
Vivía tirada en la cama, en la oscuridad, no me higienizaba, no me ocupaba de la casa ni de mi familia. Mi esposo tomaba y perdía el control. El dinero se iba en el vicio y yo no conseguía trabajo.
Durante ocho años fui a la Universal y dejé por nueve años de ir, hace un año y medio que volví. Las cosas habían cambiado y cuando dejé a Dios las cosas se pusieron peor que nunca, mi hija tuvo un problema de la vista y mi hijo estuvo al borde de la muerte por el alcohol. Ahí recurrí a la casa de los espíritus porque quería una solución, me cobraban y él brujo me dijo que no sabía porqué estaba viva si él mismo había hecho un trabajo en mi contra para destruir mi matrimonio. Me ofreció que a cambio de alcohol él iba a deshacer el trabajo. Mi esposo dejó de tomar por un mes y comenzó a tomar nuevamente pero ingería cuatro veces más, quedaba tirado en el piso.
Me di cuenta de que no servía consultar a los espíritus, me fui y recibía amenazas para regresar. Me echaron de la fábrica en que trabajaba y entré en depresión. Solo comía todo el día y mi hija fue a la iglesia a pedir por mí. Regresé a la iglesia y comencé a fortalecerme, seguía todas las indicaciones que me daban y fui cambiando. Perseveré y mi esposo dejó de tomar, aprendí a valorarme y a despojarme del pasado. Hoy estoy sanada, liberada y llena de la presencia de Dios.
Participé del Ayuno de Daniel porque es una experiencia que fortalece la comunión con Dios. Es un alimento para el espíritu porque uno se fortalece para seguir luchando a cada día. Mi forma de ver las cosas cambió, ahora Dios es el primero en mi vida, no necesito aferrarme a nada porque tengo Su Espíritu en mí. Antes era sentimental y lloraba ante una ofensa o una agresión, ahora no me afecta nada porque sé que Dios me sostiene”.
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