Yolanda Gramajo: “Cuando tenía ocho años empezó mi sufrimiento porque fui abusada por mi padre, a partir de ese momento comencé a tener miedo, recuerdo que lloraba todo el día y no podía dormir a la noche. A los 14 años de edad me echaron de mi casa, conseguí un trabajo, pero seguía con depresión y angustia.
Al pasar los años formé una familia, sin embargo, luego de tener mi primer hijo empecé a sentir dolores en el pecho. Me detectaron una úlcera en las mamas, tenía mucha fiebre, debido a esto comenzaron a hacerme toda clase de estudios. El diagnóstico fue que se trataba de lepra, no lo podía creer, nunca pensé que podía pasarme eso.
Me quemaba todo por dentro y el dolor era insoportable, me hicieron biopsias de todo el cuerpo. Recuerdo que una vez estuve en un hospital de infectología y comenzaron a sacarme piel de todos lados, de los codos, de dentro de la nariz, del lóbulo de la oreja, glúteos y talones para confirmar que efectivamente era lepra. Me dieron drogas fuertes que me perforaron el estómago, hasta se me formaban úlceras. Cuando me iba a dormir, las úlceras me hacían largar pus por la boca. El olor que emanaba no permitía que nadie se acercarse a mí.
A causa de los dolores comenzaron a darme crisis de nervios, muchas veces quise suicidarme porque además, sufría también con artrosis y artritis en las manos. Me empezaron a dar más medicamentos, pero ya no resistía el dolor que me causaba la lepra.
Mi vida económica estaba destruida, en la miseria, con mi familia nos fuimos a vivir a una villa de emergencia. Las calles eran de tierra, el techo era de chapa y se llovía todo, no teníamos agua potable y estábamos enganchados de la luz. Lo único que comíamos era una sopa con caldo y un poco de polenta, trabajaba, pero no me alcanzaba, lo gastaba todo en remedios. No podía comprarles ropa ni zapatillas a mis hijos. Una tarde uno de mis hijos sale del colegio y lo arrolla un camión, tenía corte total de la uretra, estallido de vejiga, hemorragias que le llegaban al pulmón y aplastamiento de hígado. Me dijeron que él iba a morir, no acepté esa situación, decidí quitarme la vida antes de que él muriera. Salí a la calle e iba a tirarme debajo de una camión, pero en ese momento una persona me hizo una invitación para la Universal.
A los quince días de empezar a participar en las reuniones de la Universal comenzó la Hoguera Santa del monte Sinaí y yo decidí sacrificar. Tenía unas joyas, pero las estaba guardando porque me habían dicho que podía llegar una vacuna de Cuba o que podría ir a hacer el tratamiento allá. Mi cabeza era un caos, no sabía si sacrificar o esperar la vacuna que era mi última esperanza.
Decidí sacrificar, cuando llegó el tiempo de entregar mi sacrificio, le pedí a uno de mis hijos que lo llevara porque yo no lo podía tocar, en el momento en que él bajó del Altar dejé de sentir aquel dolor insoportable. Dios hizo un milagro en mí y en mi hijo. El riñón y el hígado le empezaron a funcionar y las caderas estaban sólidas, fue sanado. La lepra desapareció. Me volvieron a hacer biopsias y chequeos completos pero no encontraron nada.
Económicamente progresé, tengo mi propia empresa de catering y una casa en un barrio privado. Hace poco me compré un terreno para edificar una casa de fin de semana. Hoy soy feliz, con una familia bendecida”.
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