Hilda Gerasimieg sufrió gran parte de su vida hasta que descubrió la fuerza que había en su interior, a través de la fe: “Mis papás se separaron cuando tenía dos años. Mi madre se fue y no la vi nunca más. Él tomaba, se ponía violento y me pegaba.
A los seis años ya pensaba en suicidarme. No sabía bien cómo, pero quería morirme. En mi adolescencia comencé a consumir todo lo que me ofrecían: cocaína, anfetaminas y todo tipo de pastillas.
A los 15 años me fui de mi casa, vivía en la calle o en cualquier lugar donde me aceptaran. También salía a robar, todo para drogarme.
Formé pareja, tuve un hijo, pero la relación no funcionó. Conseguí un terreno, me puse una casilla, conocí a otra persona, tuve dos hijos más, pero me volví a separar.
Íbamos a los comedores comunitarios, todos los días. Uno de mis hijos se enfermó, se le habían formado llagas por todo el cuerpo. Yo sufría cólicos en el estómago y terribles dolores de cabeza. A veces salía de noche a tomar y dejaba a mis hijos solos.
Un amigo de la adolescencia, de cuando andaba en los vicios, me invitó a la Universal. Me sorprendió lo bien que estaba y acepté. Lo primero que cambié fue mi interior. Empecé a tener fuerza, ya no tenía deseos de morirme. Participé de la Hoguera Santa, aunque mi situación era crítica, me decidí y di todo. Mi hijo y yo fuimos curados, dejé los vicios y el Señor me liberó de la depresión.
Fui participando de otras Campañas y logré mi emprendimiento, incluso podía vender a crédito. Así Dios me fue bendiciendo, Él me dio ideas y salí adelante. Hoy tengo una fábrica de ropa para mascotas. Nosotros diseñamos, fabricamos, distribuimos en Buenos Aires y en varias provincias de Argentina”.