El sufrimiento de Marcela Ramírez comenzó a muy temprana edad. “Mis padres separaron meses después de mi nacimiento. Mi mamá se fue de casa y dejó a mi padre con cuatro hijas. Mi papá nos dio a unos familiares suyos para que nos críen, pero con el tiempo me di cuenta de que estaba sola y empecé a sentir miedo.
En el aspecto sentimental también sufrí, porque la historia de mis padres se repitió conmigo. Estuve casada durante 21 años, pero sufría golpes, agresiones verbales y mucha humillación. Él me pegaba, incluso estando embarazada de siete meses, ese día me fui a la casa de una vecina para que no me agrediera más. La pareja estaba fría, él no traía dinero a casa, pasábamos necesidades, por eso decidí separarme. Tuvimos cinco hijos juntos”, cuenta esta mujer, que se quedó sin sus hijos durante un año, porque su exmarido se los había llevado. Su historia se repetía en la vida de sus hijos, porque sufrían viviendo lejos de su madre.
“Conocí a otra persona, nos llevábamos muy bien y decidimos irnos a vivir juntos. Yo estaba deprimida, mi autoestima estaba muy baja, no creía en mí. Tiempo después, surgieron problemas también en esa relación. Él me engañó con una chica mucho más joven, fue padre de un hijo de ella y ese fue el momento más crítico, mi sueño se había hecho pedazos. El nacimiento de ese bebé me hizo rechazar a los chicos, cuando antes me gustaban mucho, fue un dolor muy grande”, recuerda Marcela.
“Llegué a la Universal descreída de todo, si bien había buscado ayuda en otras iglesias y también en los espíritus, el hecho de no haber sido ayudada me hizo dejar de creer y de confiar. Empecé a participar de las reuniones y a obedecer la Palabra de Dios, así recibí fuerzas de lo Alto y me determiné a cambiar de vida. Usé mi fe, entonces dejé de fumar y pude dormir bien. Hoy, gracias a Dios soy una mujer feliz, me casé hace un año y medio, mis hijos están bien, incluso quieren a mi marido”, finaliza.
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