Entre África y Asia, se erige en medio de una cadena montañosa el monte en el que Dios descendió para mostrarle a Su pueblo lo inigualable de Su poder. El monte Sinaí es una montaña situada al sur de la península del Sinaí, al nordeste de Egipto. Según la Biblia, en Éxodo 19:16-18 se describe el momento en que Dios descendió sobre el monte en fuego y humo demostrando Su poder, para hablar con Moisés delante de todo el pueblo.
Este lugar santificado por el Dios de Israel, fue elegido para ser testigo de las maravillas que suceden en la vida de quien cree, como sucedió con la zarza que ardía pero no se quemaba. Sin embargo, acceder a este lugar de maravillas hoy en día es muy difícil por la presencia en el lugar de terroristas. El Estado Islámico ha avanzado en esta zona sembrando el terror a su paso.
En la actualidad es la zona del mundo que sufre los peores conflictos armados. Todos los días, los terroristas religiosos del Estado Islámico asesinan a cientos de personas en su cruzada para “convertirlos” al islam. El derramamiento de sangre no es algo nuevo para los habitantes de los países que rodean al monte Sinaí.
Algunos conflictos armados tienen cientos o miles de años. Algunos se dan por la religión otros por la etnia, cada día que pasa estas personas deben intentar sobrevivir en medio de tanta incertidumbre, impotencia y dolor.
A pesar de el contexto acual, el monte Sinaí sigue siendo el monte donde Dios descendió, el lugar en que Dios obra maravillas.
Miles de años pasaron, pero el Dios de Israel sigue siendo el mismo. El monte Sinaí es el lugar donde el mismo Dios que cambió la vida de Moisés y de millones de personas a lo largo de la historia puede transformar la vida de aquel que está dispuesto a obedecer y subir, espiritualmente, el monte. Así como hizo Moisés, debemos subir al monte Sinaí para bajar con una respuesta concreta, una nueva vida, una nueva identidad que demuestre la grandeza de Dios en todos los aspectos de nuestra vida.
Creer en las promesas de Dios
El obispo Macedo, en su blog se refiere a la manera en que debemos actuar para poder tener la vida que Dios prometió en Su palabra:
“En realidad, muchos se han presentado. Algunos aventureros, otros curiosos y también otros, como jugadores, probando suerte. Pero, en rigor, el sacrificio exige fe.
Fe que zarandea a todos y selecciona a unos pocos, los pocos escogidos, escogidos por sí mismos. Porque quien cree va, quien no cree, se queda. La actitud de cada uno demuestra si creyó o no. Desde mi punto de vista, los que se hacen escoger son tocados por el Espíritu Santo y obran la creencia. Ese toque Divino, naturalmente, se produjo debido a la intención del corazón conocido por Dios. Es imposible excluirse cuando se es tocado por Dios porque los excluidos no fueron tocados y por eso no actuaron la fe.
Las promesas Divinas son para todos los pueblos y naciones. Pero, no todos creen. Y es justamente ahí donde está la separación. El profeta Isaías pregunta: “¿Quién ha creído a nuestro mensaje?”, (Isaías 53:1). En otras palabras: ¿Quién cree que las promesas hechas en el monte Sinaí son también para hoy? ¿Quién cree que el sacrificio de la fe funciona? “¿A quien se ha revelado el brazo del Señor?”, (Isaías 53:1).
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