Potifar era oficial de Faraón, capitán de la guardia, y compró a José de las manos de los ismaelitas. Sin embargo, el Señor estaba con él, por eso fue que un hombre próspero y también lo hizo progresar en todas las cosas que estaban bajo su cuidado para los egipcios (Génesis 39: 1- 6).
José era un hombre fuerte y bello, y eso llamó la atención de la esposa de Potifar, que comenzó diariamente a ofrecerse a él. Pero él era un hombre de Dios y siempre huía de sus embestidas (Génesis 39:7-10).
Pero la mujer de Potifar no desistió. Cierto día, ella lo tomó de la ropa y prácticamente lo obligó a acostarse con ella. José se resistió una vez más, la enredó en las vestimentas, las dejó en sus manos y huyó de su presencia (Génesis 39: 11-12).
Al ver que su plan no había resultado, la esposa de Potifar aprovechó el hecho de tener la vestimenta de José en sus manos e invirtió la historia. Llamó de los demás hombres de la casa y les dijo que él intentó aprovecharse de ella, pero que huyó dejándole sus vestiduras (Génesis 39: 13-15).
Y así, la esposa de Potifar esperó que su esposo volviera a casa y le contó su versión. Por lo ocurrido, él tenía todos los motivo para matar a José, pero conociendo a la mujer que tenía y el hombre de Dios que era José, sólo lo mandó a encerrar (Génesis 39:16-19).
La injusticia de la mujer sin escrúpulos
La esposa de Potifar era de aquellas mujeres que nunca se conforman. Probablemente ella tenía todo lo que quería, ya que su marido era oficial del Faraón. Pero necesitaba llenar el vacío que había dentro de ella.
Tal vez ella pensaba que podría tener todo y a todos a raíz de su posición delante de la sociedad y por eso deseó tener a José. Pero, ella se olvidó de que algunas personas no eran igual a ella, que se vendía por placer o por dinero.
¿Cuántas son las mujeres que no recuerdan que sirven a Dios y traicionan a sus maridos? Desean aquello que les dará un placer momentáneo, pero que terminará con la historia de una familia y dejará traumas profundos.
Además de desear traicionar a su marido, llegó al punto de ser maliciosa, al inventar que José la había atacado. Como ella no alcanzó lo que quería, de cierta forma, se vengó apuntándolo como el malhechor.
Es más fácil para quien peca culpar al otro. Nunca es ella la culpable de la traición, sino del hombre que la cortejó, que la conquistó. Se olvidan del poder de la palabra “no” para mantenerse agradando a Dios y a su marido.
Huya de las tentaciones, de la apariencia del mal, de las voluntades de la carne. Recuerde: las consecuencias pueden llegar más allá de lo que usted puede imaginar.