Había un nuevo rey en Egipto que vio que los hijos de Israel eran numerosos. Para intentar impedir su multiplicación, les ordenó a las dos principales parteras que mataran a los bebés, en caso de que fueran de sexo masculino. Como eso no se realizó, mandó que los niños fueran lanzados en el río (Éxodo 1).
Fue en ese entonces que Jocabed tuvo a Moisés. Ella logró mantenerlo escondido por un tiempo dentro de su casa, pero después hizo una cesta, lo colocó dentro de ella y la puso en el río mientras su hermana observaba para saber que sucedería con el bebé (Éxodo 2:1-4).
Sin embargo, la fe de Jocabed de que podría salvar a su hijo tuvo resultados. Una de las hijas del Faraón vio el cesto en el río y le pidió a una criada que lo trajera. Viendo al niño, sintió compasión y pidió que le buscaran una nodriza para criar al niño, y llamó justamente a la madre del niño, que pudo amamantarlo, verlo crecer y encima le pagaban un salario para hacerlo (Éxodo 2:5-9).
Recién después de criado el niño fue llevado nuevamente a la hija del Faraón, recibiendo el nombre de Moisés (Éxodo 2:10).
Actitud que provocó salvación
Imagine lo difícil que fue para Jocabed colocar a su hijo en la cesta y dejarlo en el río. Pero ella sabía que esa podría ser la única oportunidad de salvarlo de las maldades del Faraón.
A veces sabemos que tenemos que tomar actitudes dolorosas, difíciles y que requieren coraje. Sin embargo, ignoramos esa alternativa y corremos el riesgo de perder lo que tenemos, por la falta de fe, de inteligencia.
Que podamos ser como Jocabed, que hizo lo que tenía que hacerse para salvar a su hijo y, de esta manera, lograr aun amamantarlo y verlo crecer, cosas que quizás serían imposibles si ella no tuviera coraje. ¿Si ella no hubiera tomado una actitud inteligente seguiría viendo a su hijo vivo por muchos años?
No se deje llevar por el miedo, por el apego, haga lo que tiene que ser hecho y Dios entregará la bendición de mejor manera, y más rápido de lo que imagina.