El capítulo 38 del libro de Génesis narra la historia de Tamar. Ella era la nuera de Judá, uno de los hijos de Jacob. El primer marido de Tamar se llamaba Er. Pero Dios no Se agradaba de su conducta perversa y lo hizo morir (lea Génesis 38:7).
Por quedar viuda, según la tradición de la época, Tamar tendría que casarse con el hermano menor de su marido. A pedido de Judá, Onán, el segundo hijo se casó con ella pero sin aceptar que tuvieran un hijo. Tal actitud también desagradó a Dios, y Onán murió. Le restaba sólo un hijo más a Judá, Sela.
Temiendo perder al único hijo que le quedaba, Judá le pidió a Tamar que regresara a la casa de su padre hasta que Sela se convirtiera en un hombre para desposarla.
Era una vergüenza para una mujer que ya había estado casada, tener que regresar a la casa de los padres sin marido y sin hijos. Pero Tamar enfrentó esa vergüenza.
El tiempo pasó. Sela se hizo hombre y Judá olvidó su compromiso. Él no le daría a su hijo a una mujer que parecía tener una maldición. Y Tamar se transformó en la olvidada. Durante mucho tiempo enfrentó el desprecio, la soledad, las miradas críticas, pero decidió tomar una actitud osada.
Disfrazada, se acostó con su suegro, Judá (quien para esa época ya estaba viudo) y quedó embarazada. Al saber del embarazo de la ex-nuera, Judá se indignó, pero al darse cuenta de que el padre era él, dijo: “… Más justa es ella que yo, por cuanto no la he dado a Sela mi hijo. Y nunca más la conoció.” (Génesis 38:26)
Muchos de nosotros hemos tenido también sueños frustrados, castillos desmoronados, nos hemos aislado en nuestro rincón, sin querer darle brecha a la felicidad.
Bien, Tamar tenía todo para desistir. Pero por las leyes de la época, ella tenía un derecho y fue tras ese derecho. Ella fue madre de gemelos y el Antiguo Testamento no habla más de la mujer que parecía cargar una maldición.
Dios no se olvida de sus hijos
Dios tiene un amor especial por personas con un pasado difícil y las escoge para realizar sus proyectos. Tamar no escapa a la regla. Ella, que fue tan infeliz en la vida sentimental, que fue motivo de comentarios y que a los ojos de los demás cargaba una maldición, fue escogida por Dios para ir mucho más allá.
En la primera página del Nuevo Testamento, más de 2 mil años después, Tamar, aquella que fuera olvidada por Judá, vuelve a ser recordada. El Hijo de Tamar es antepasado de David y así, esa mujer tan sufrida, a quien su suegro negó su derecho, es incluida en la genealogía de Jesús. Es una de las pocas mujeres a ser enumeradas entre los antepasados de Cristo (lea Mateo 1:3).
Lo que podemos aprender con Tamar
Por más frustraciones que tengamos a lo largo de la vida, nada puede detener nuestro sueño, ni nuestra búsqueda por la felicidad.
Las elecciones que hacemos tienen que estar de acuerdo con las elecciones de Dios. Por haberse relacionado con personas que no agradaban al Señor, Tamar pagó un alto precio.
Nuestros enemigos conocen nuestra fuerza y los planes de Dios para nuestras vidas, y van a intentar, a toda costa, impedir que esos planos se concreten. Todo ese historial de maldición que rodeaba a Tamar tenía el propósito de impedir que la descendencia de Cristo viniera de ella.
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