Cuando hablamos sobre las personas que nacieron de la carne, no lo hacemos con la intención de censurarlas o criticarlas, sino para que abran sus ojos, para que puedan tomar un rumbo diferente en sus vidas. El apóstol Pablo escribiéndoles a los cristianos en Roma, dice claramente que ellos no estaban viviendo más en la carne, sino en el Espíritu, si de hecho el Espíritu de Dios estuviese habitando en ellos, pues si alguien no tiene el Espíritu de Jesús, este no es de Él, y si imagina que Le pertenece, se engaña a sí mismo.
Es difícil oír palabras, iguales a estas, escritas por Pablo. En realidad, existen muchas personas que aceptan a Jesús simplemente por miedo a ir al infierno. Esta aceptación es solo emocional; el corazón continúa siendo el mismo, aún no Lo aceptó. En realidad, el corazón va justamente al contrario: desea vivir la vida fuera de los caminos del Señor.
Ese deseo de vivir una vida mundana continúa hasta que llegue el día en el que decida entregarse a Jesús por completo. Eso solo sucede cuando el Espíritu Santo posee a la persona. Es eso lo que queremos que suceda con cada una de las personas que viven en la carne.
Quien vive según la carne es inseguro, tiene miedo de morir porque no tiene certeza si va o no hacia el cielo. Por otro lado, aquel que nació de nuevo tiene toda la confianza de que cuando muera será resucitado para la vida eterna con Dios.
Otras se engañan con algunos dones que poseen, como por ejemplo, hablar en lenguas; creen que son de Cristo. Lo que desconocen es que los espíritus inmundos también pueden conceder dones. Lo que identifica que una persona es nacida del Espíritu no es el hablar en lenguas o cualquier otro don, sino el hecho de manifestar el fruto del Espíritu Santo en su vida. Por eso, muchas personas han sido engañadas. No nacieron de nuevo, sino del intelecto, del convencimiento, y no del Espíritu.
Si alguien desea nacer de nuevo, no basta simplemente ser miembro de una iglesia y tener algunos dones. Necesita desearlo de todo corazón.
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