El evangelista Juan registra un encuentro entre Jesús y Nicodemo, uno de los principales de los judíos. Éste fue hasta Jesús y le preguntó cómo haría para nacer de nuevo, visto que ya tenía cierta edad, y si para eso tendría que volver al vientre de su madre y nacer por segunda vez. El Señor Jesús le respondió que si él no naciera del agua y del Espíritu no podría entrar en el reino de Dios. En la conversación con Nicodemo, Jesús dejó claro que el nacido de la carne es carne, pero que el nacido del Espíritu es espíritu.
¿Quién es nacido de la carne, y quien es nacido del Espíritu? ¿Qué se debe hacer para nacer del Espíritu? Esa es una cuestión básica; y entenderla bien es de fundamental importancia para aquellos que desean entrar en el reino de Dios.
Las personas que son nacidas del Espíritu jamás serán confundidas. No hay ninguna duda a su respecto. Quienes son nacidos del Espíritu de Dios manifiestan Sus frutos, que es amor, alegría, paciencia, templanza, paz, dominio propio, mansedumbre, etc.. No se dejan poseer de vanagloria, provocando a los demás, no tienen envidia de sus semejantes. Tienen una gran capacidad de perdonar a aquellos que los ofenden, aun tratándose de injusticias o siendo calumniados, no permiten que la carne tenga la primacía en su vida.
Dios incluso permite que le sucedan esas cosas para probar el corazón del que es nacido de nuevo, con la finalidad de verificar si en verdad, nacieron de nuevo. No es que Dios precise tener pruebas de algo, pues Él conoce todo, sino que Él permite que seamos probados por esas injusticias para que podamos constatar, por nosotros mismos, si somos realmente de Él o no.
Si una determinada persona sufrió una injusticia y siente deseos de venganza, realmente aun no nació de nuevo, pues quien nació del Espíritu Santo tiene capacidad de perdonar. Jesús dijo que cuando alguien nos hiere una mejilla debemos ofrecer la otra.
¿Quiénes son las personas nacidas de la carne? Esas no son muy difíciles de identificar. Si la persona vive oprimida, infeliz; si va a una iglesia y recibe oración del pastor, comienza a frecuentarla, pero no sucede algo diferente; si no hay un cambio, esa persona aun no nació del Espíritu.
Ese nacimiento implica transformaciones. Es un encuentro entre la persona, Dios y nadie más. No puede haber interferencia.
El Espíritu de Dios nos envuelve cuando deseamos tener un encuentro con Él y hace que nos transformemos en nuevas criaturas. Eso sólo lo puede hacer el Espíritu Santo.