Verónica Minguito proyectaba un futuro lleno de ilusiones con su marido, Hernán Galeano, pero cuando se fueron a vivir juntos comenzaron los problemas en la relación. “Alquilamos un departamento para irnos a vivir juntos. Mi esposa se escapó de su casa en ese momento para que construyamos una familia, solo que ella no sabía que yo tenía problemas de vicios”, revela Hernán.
“Hasta ese entonces yo solo sabía que él tomaba, que salía los fines de semana, pero en realidad él consumía drogas. Muchos años después me enteré de que esa era la causa por la que me agredía. Recuerdo que él tenía un carácter muy fuerte, era difícil la convivencia. Decidimos mudarnos para que él dejara su entorno, yo me la pasaba con el corazón en la boca porque él cobraba los viernes, se iba y recién regresaba el domingo”, agrega.
“Cuando regresaba a la madrugada, tocaba la bocina del auto y ella tenía que abrirme y tener la comida preparada, sino la golpeaba. Si ella no me compraba una bebida alcohólica, la golpeaba o me iba”, reconoce.
Ella destaca que cubría las marcas de los golpes que le propinaba su esposo. En lugar de recibir los cuidados de ese hombre que ella había elegido para tener una vida juntos, sus días eran cada vez más duros. La angustia y la tristeza por las constantes decepciones por su comportamiento cada día crecían más.
Un día ella tomó la decisión de que se separaran, ese fue el quiebre. Ella le pidió que se fuera y él no se quería ir, entonces comenzaron a dormir en camas separadas. “A veces él me obligaba a estar con él, para que mis hijos no escucharan, yo accedía, en ese tiempo me enfermé. Me desvanecía, mi esposo me llevó al médico y me enteré de que estaba embarazada, y que tenía una infección urinaria. Cuando hablé con el obstetra, descubrió a través de nuevos estudios que tenía una arritmia cardíaca. Me dijo que el embarazo iba a ser normal, pero que al momento del parto el bebé iba a nacer y yo iba a morir. Eso me hizo reaccionar, le dije a mi esposo que se fuera, que si me iba a morir quería estar sola con mis hijos, tranquila. No quería sufrir más”, destaca.
Él vio la programación de la Universal en la televisión y decidió acercarse a pedir ayuda. Fue necesaria una actitud de su parte para que cambiara su historia. “Yo fui a la iglesia, la llamé para contarle y a ella le daba igual. Me orientaron y yo llevaba una prenda de ropa o una foto de mi esposa para pedir por ella. Desde la primera reunión que participé había dejado de tomar y me sentía bien. No me había dado cuenta de eso”, cuenta. Ella notó que él estaba cambiando pero seguía desconfiando. Recién cuando sufrió una descompensación muy fuerte decidió acercarse. Desde ese día comenzaron a participar juntos de las reuniones y encontraron la solución para sus problemas. Ella recibió paz, fue sanada y su matrimonio fue restaurado completamente. “Tuvimos un nuevo comienzo”, reconocen ambos.
[related_posts limit=”17″]