Graciela Ordoñez sufrió durante gran parte de su vida, el abandono de su madre y los años en un orfanato le quitaron lo más bello de su niñez. Cuando se casó pensando en que sería feliz, descubrió el peor lado de su marido y sufrió en carne propia el dolor de la explotación laboral para que él se divirtiera con mujeres y gastara todo el dinero en sus vicios. La violencia física y psicológica a la que fue sometida no se comparan con el dolor que sufrió cuando él le quitó la tenencia de sus hijos y no los pudo ver por dos años. Con su salud afectada por las enfermedades, sin poder caminar y sin dinero ni para poder comprar una silla de ruedas ella se acercó a la Universal buscando ayuda. Para su sorpresa el poder de Dios obró maravillosamente en su interior y su exterior.
“Crecí sola, estuve en una casa, intenté huir de allí por los maltratos y abusos a los que era sometida. Recién a los 21 años comencé a trabajar como cajera y conocí a mi exesposo. Primero todo estaba bien, pero luego comenzaron los maltratos, le gustaba mucho la calle y la vida fácil. Yo trabajaba en el restaurante y él solo venía a buscar el dinero de las ventas, me golpeaba delante de cualquiera y se iba. Cada vez que lo denunciaba por los golpes que me daba, él solucionaba todo con dinero, y me golpeaba con odio porque había querido escapar. Era una vida muy triste, estaba cansada, entonces opté por tomar pastillas para terminar con todo.
Cuando logré escaparme con mis hijos, mi esposo me los quitó. Yo estaba deprimida, porque él le había dicho al juez que yo era prostituta, pero quedó demostrado que yo trabajaba y me esforzaba para cuidar a mis hijos y me dieron la tenencia definitiva.
Yo sufría con dolores de cabeza, iba a los curanderos, pero cada vez estaba peor. Conocí a mi actual pareja y el padre de los chicos comenzó a alejarlos de mí. La relación tenía problemas, yo no podía ver a los chicos y eso me deprimía. En ese tiempo estuve paralítica, durante tres años no pude caminar, solo me arrastraba de la cama al baño. El médico me dijo que iban a operarme pero no me garantizaba nada.
Fuimos con mi pareja a la reunión de la Universal, me hicieron una oración y fue como si me estuvieran arreglando los huesos, ese día pude dar algunos pasos. Luego, perseveré en las reuniones hasta que caminé bien.
De a poco todo fue cambiando, pero con el tiempo me detectaron cáncer en el útero, sin embargo, usé mi fe y el cáncer desapareció. Compré una casa, tenemos auto, nos vamos de vacaciones, nuestra situación económica cambió. Lo principal fue que aprendí a valorarme, a cuidarme y busqué la presencia de Dios hasta que mi interior cambió. Hoy soy una mujer feliz y completa”.
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