Tamara Aranda y Sebastián Briceño hoy disfrutan de un matrimonio bendecido, pero su historia no siempre fue así, ellos llegaron a la Universal prácticamente separados porque los problemas de pareja y las dificultades económicas los estaban afectando irremediablemente.
“Llegué a la Universal a través de la invitación de mi suegra porque estábamos mal con mi pareja, nos maltratábamos, nos insultábamos, nos pegábamos. Llegamos a golpearnos, yo lo insultaba y él me agredía, ante este panorama, los nenes sufrían al vernos así.
Varias veces nos separamos, volvíamos a estar juntos, nos volvíamos a separar, porque a pesar de que nos extrañábamos cuando estábamos lejos, no podíamos estar juntos. Aunque nos amábamos no podíamos disfrutar de este amor.
Yo era muy nerviosa y él era un celoso obsesivo, a eso se sumaban los problemas económicos que hacían que yo le reclamara lo mal que vivíamos, todo era un desastre.
Un día me puse firme y comencé a participar de las reuniones, él me acompañó, porque a pesar de los malos momentos siempre fuimos compañeros. Al usar la fe las cosas fueron cambiando, yo empecé a estar diferente. Mi hijo mayor tenía problemas en el jardín. Debido a los problemas de casa, lo habían mandado a la psicóloga y yo no lo aceptaba, entonces puse todo de mi parte para cambiar y él empezó a estar más tranquilo”, cuenta ella.
“Había mucha desconfianza de mi parte, yo no me podía dar por completo para mi esposa porque no sabía lo que era valorar a una mujer. En mi casa no aprendí a respetar a una mujer, entonces cuando comenzamos a convivir me di cuenta de que era complicada la convivencia. Tuve que aprender a tratar con ella y no podía porque estaba en los vicios, yo tomaba, fumaba y me drogaba. Los vicios hacían que yo sacara lo peor de mí y la agrediera. Tocamos fondo cuando yo le levanté la mano, ahí nos separamos definitivamente.
Después de pasar por todo eso, ella se acercó a la iglesia y yo vi un cambio en ella, eso me llamó la atención. Yo intentaba que se enojara, la provocaba y ella no reaccionaba de la misma manera. Su cambio de actitud me motivó a acompañarla y a luchar con ella.
No fue fácil, pero perseveramos en las reuniones y en la Hoguera Santa vi la oportunidad de sacrificar por ella porque quería la familia que siempre había soñado junto a ella. Hice mi sacrificio y ella fue transformada, yo también, hasta nuestros hijos, a partir de ese momento aprendimos a amarnos de verdad. Hasta nuestra situación económica fue transformada porque antes no podía darle estabilidad a mi familia y ahora no nos falta nada”, afirma él sonriendo.
Tamara define su historia como un matrimonio salvado por Jesús porque nota la diferencia, sus hijos están más tranquilos, tienen la seguridad que necesitan para crecer bien. “Hoy estamos bien, la familia tiene paz, diálogo, no hay peleas ni gritos, y los chicos van bien en la escuela. Eso nos da fuerzas para ir por más porque el cambio fue maravilloso, lo que Dios hizo es grandioso”.
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