Eber: “Mi infancia fue muy complicada, yo no me crié con mis padres. Tenía bronca hacia mi papá, me peleaba con él y no podíamos llevarnos bien.
Tenía muchos problemas espirituales, sufría con pesadillas, me levantaba a romper las cosas. Tampoco tenía personalidad y me sentía menos que los demás. Siempre recibía palabras negativas de las personas que estaban a mi alrededor, me decían que no servía para nada. Para tomar decisiones, necesitaba la opinión de los otros. Nunca en mi vida pensé en emprender.
Siempre viví con lo justo, trabajé desde muy chico para tener un peso en el bolsillo y solventar mis gastos.
Me gustaba beber alcohol, lo hacía cada vez que jugaba a la pelota con mis amigos. Una vez decidí tomar una botella de combustible porque pensaba que mi vida ya no tenía sentido.
El peor momento de mi vida fue cuando me di cuenta de que no tenía a nadie a mi alrededor. Tuve un desgarro en la pierna y dejé de jugar al fútbol, mis amigos se alejaron.
Comencé a buscar ayuda y una señora que trabajaba conmigo, me invitó a la Iglesia. Yo no creía, pero luego de participar de dos reuniones comencé a sentirme mejor. Estuve concurriendo un tiempo, hasta que tomé la decisión de liberarme y obedecer. A partir de allí mi vida comenzó a cambiar.
Hoy no tengo más problemas con mi papá, espiritualmente estoy libre de todo y me sané del desgarro, puedo correr y jugar normalmente, no tengo ninguna secuela.
Económicamente, ya no trabajo para nadie, tengo un emprendimiento de comida peruana y una escuela de fútbol. Gracias a Dios me está yendo muy bien, sin Él no podría haber logrado todo lo que conquisté, es lo más importante en mi vida”.
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