Abraham creía, independientemente de la incredulidad de los demás. Su pensamiento estaba firme, fundamentado, basado en las promesas de Dios.
Usted va a la iglesia para recibir el Espíritu Santo, para alcanzar la gracia de Dios, para saber qué quiere de su vida. Vea lo que dice la Biblia en el libro de Isaías: “Oídme, los que seguís la justicia…”, (Isaías 51:1). ¿Qué es seguir la justicia? Es hacer lo que es correcto, es andar de acuerdo al carácter de Dios, que es perfecto.
La persona que anda en la justicia, anda de acuerdo con su conciencia de fe, la conciencia limpia. Entonces no tiene por qué temer, por qué dudar. Está en paz consigo misma y con Dios porque no ha hecho nada incorrecto. Eso es seguir la Justicia, es andar de acuerdo con la Palabra de Dios.
“Oídme, los que seguís la justicia, los que buscáis al Señor. Mirad a la piedra de donde fuisteis cortados, y al hueco de la cantera de donde fuisteis arrancados.”. Es decir, mire hacia su pasado, ¿de dónde vino usted?
Y enseguida dice así: “Mirad a Abraham…” (Isaías 51:2). Cuando miramos a Abraham, cuando meditamos en su vida, ¿qué vemos? Él no hizo milagros, ¡ni uno! Él no era un predicador de la Palabra de Dios. Él no hizo ninguna gran obra. ¿Qué hizo Abraham para que podamos aprender algo de él? Abraham, mis amigos, escribió su historia viviendo por la fe obediente en aquello que Dios le mandaba que hiciera. Él obedecía a Dios.
Él no hizo nada, pero cuando Dios le pidió: “Sal de tu tierra y de tu parentela, y ven a la tierra que yo te mostraré.”, Abraham comenzó su historia a los 75 años de edad. Él obedeció porque Dios le prometió: “Abraham, Yo haré de ti una gran nación, Yo haré de ti la propia bendición. Haré esto, haré aquello, haré lo otro. Quien te maldiga será maldecido por Mí. Quien te bendiga, será bendecido por Mí. Es decir, Me tendrás como tu Protector, Proveedor, Amigo. Yo estaré contigo por toda tu vida”. Abraham creyó y confió, y porque creyó, obedeció. Cuando no obedecemos, es porque no confiamos, no creemos.
Abraham obedeció a Dios al pie de la letra y probó su fe, probó su confianza cuando llegó al punto de agarrar a su hijo que tanto había deseado, que tanto había buscado, para sacrificarlo. Durante más de 60 años había buscado a ese niño, y en el momento en el que tenía una edad de 6 o 7 años, Dios se lo pide. Y él no titubeó.
Tomó al niño, preparó la leña, cortó la leña e, incluso la puso en el hombro del muchachito. Abraham llevó el cuchillo y el fuego, pero quien llevó la leña para que fuera quemada fue el propio niño, representando a Jesús. Fue Jesús Quien cargó la cruz para ser sacrificado. Abraham representaba a Dios, e Isaac representaba a Jesús. Y la fe de Abraham, la obediencia, representaba al Espíritu de Dios.
Y así como Jesús, Abraham también tuvo que andar tres días para sacrificar a su hijo. ¿Sabe lo que es saber que va a perder al niño? Imagínese de la mano con el niño, sabiendo que iba a morir. Esto es lo que agrada a Dios: la obediencia. Porque cuando usted obedece, prueba que confía, que cree. Fue por eso que Abraham fue llamado “amigo de Dios”.
Así y todo, Abraham vivió todos los días de su vida con luchas, con dificultades, con problemas. Pero él no contaba sus dramas, ni andaba lamentando sus problemas. Él creía en el Dios que lo había llamado.
¿Usted realmente cree en Dios? Si usted cree, entonces obedezca. Niegue su yo, niegue su voluntad, ¡aunque eso le cueste caro! Es fácil venir a la Iglesia, dar ofrendas y diezmos, lo difícil es renunciar a lo que más le gusta para hacer la voluntad de Dios.
Si usted quiere ser la fuente del Espíritu Santo, tiene que sacrificar su vida. Tiene que ponerlo en primer lugar en su vida. Usted tiene que abandonar esa vida desorganizada para que entonces Él pueda venir a su encuentro.
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