“El que camina en justicia y habla lo recto; el que aborrece la ganancia de violencias, el que sacude sus manos para no recibir cohecho, el que tapa sus oídos para no oír propuestas sanguinarias; el que cierra sus ojos para no ver cosa mala; este habitará en las alturas; fortaleza de rocas será su lugar de refugio; se le dará su pan, y sus aguas serán seguras.”
(Isaías 33:15-16)
Ese hombre bienaventurado hizo dos elecciones: tapó sus oídos para no oír propuestas sanguinarias y cerró sus ojos para no ver cosa mala. Es decir, eligió huir de aquello que no le traería ningún bien. Cerró sus ojos y sus oídos. Guardó su corazón, blindó su fe. Lo mismo debemos hacer hoy en día. Los ojos y los oídos guardan la puerta del corazón y de nuestro intelecto. La puerta que podemos abrir para el bien o para el mal. Es nuestra responsabilidad definir quién puede y quién no puede entrar por esa puerta.
Su espíritu y su corazón se alimentan de lo que usted ve u oye. Por eso, seleccione bien. Si está cansado, desanimado, exhausto, arrastrándose por la vida; si todo parece difícil y pesado, tal vez el problema esté en lo que usted ha dejado entrar en sus ojos u oídos. Palabras de duda; palabras de desánimo; actitudes malas en los demás; interpretaciones que su mente hace de esas actitudes. Deténgase, ahora mismo.
Seleccione lo que entra por sus ojos y por sus oídos. Renuncie a la visión y a la audición de las cosas de este mundo. Hágase sordo y ciego a aquello que quiere desviar su enfoque. La promesa para el que no deja entrar cualquier basura por sus ojos y oídos es una vida tranquila y de paz, una vida de seguridad y certeza, una vida de necesidades suplidas y protección. Una vida más cerca de Dios.
Cierre sus ojos y sus oídos al mal, por el bien de su salvación.
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Fuente: Libro “El Pan nuestro para 365 días”, del obispo Edir Macedo