Un pacto o alianza involucra una sociedad entre dos o más personas. El matrimonio es la mayor y más expresiva alianza humana. Eso es porque las partes entran con una inversión estrictamente espiritual: fe y amor.
Debido a esta base, la entrega mutua es incondicional hasta la muerte.
Lamentablemente, hoy en día, el matrimonio no ha sido tomado muy en serio. Su importancia solo ha tenido efecto desde su celebración hasta la luna de miel.
A pesar de eso, sus valores espirituales y eternos se mantienen. Eso, si consideramos su origen en la Creación, en la alianza entre Dios y el ser humano.
De la parte Divina, Adán y Eva recibieron la Tierra y el dominio sobre todo lo que en ella había.
De la parte humana, Dios exigía solo la obediencia a Su Palabra.
Dentro de los términos de este pacto, el ser humano tendría el derecho de participar de TODO lo que pertenecía a Dios y viceversa.
La fidelidad, el respeto, el compañerismo y la dedicación son algunas virtudes oriundas del amor y de la fe. ¿Cómo exigirle eso al compañero si antes no se corresponde con sus obligaciones del pacto hecho en el altar? Lo mismo se da con relación a Dios. ¿Cómo reclamarle las Promesas si no se atiende con la obediencia a Su Palabra?
Estoy seguro de que, si hacemos nuestra parte en un pacto con Dios, pasamos a tener el derecho de reclamarle Sus Promesas. Y Él, por Su lado, queda obligado a cumplir Su parte.