Pensar antes de hablar es una rara habilidad. No todos la tienen e incluso quien la tiene a veces se olvida de usarla. ¿Por qué hablamos sin pensar en las consecuencias?
Porque estamos frustrados por algo. Porque estamos enojados. Porque queremos llenar el vacío. Porque queremos ser graciosos. Porque queremos llamar la atención. Porque queremos vengarnos. Porque queremos provocar una reacción en la otra persona. Porque somos pobres en la comunicación. Porque, en realidad, somos egoístas.
Egoístas y a veces débiles delante de nuestras emociones. Así, la sabiduría y la inteligencia se toman de la mano y se van a pasear.
¿Qué podemos hacer para evitar hablar sin pensar?
Pensar más en los demás, menos en nosotros, y practicar el dominio de nuestras emociones.
Por otro lado, ¿qué podemos hacer cuando alguien nos dice palabras que lastiman?
Curiosamente, la misma solución se aplica: pensar menos en nosotros, más en otra persona, y dominar nuestras emociones.
En vez de dejar que esas palabras nos hieran, podemos enfocarnos en la otra persona e intentar entender por qué ella dijo eso. Comprenderla. No darle importancia a su momento de debilidad. Intentar descubrir qué fue lo que realmente quiso decir pero falló en la elección de las palabras. Y enfocarse en eso.
Es sabio pensar antes de hablar. Es inteligente saber reaccionar cuando alguien le habla antes de pensar.
Extraído Blog Obispo Renato Cardoso
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