Mi nombre es Marcus. Nací en la comunidad de Mandela, localizada en la ciudad de Río de Janeiro. Era un niño muy extrovertido, me encantaba jugar a la pelota, vivía corriendo detrás de los barriletes, tuve una infancia normal como la de cualquier otro niño. Mi mamá hacía de todo para criarme a mí y a mis 3 hermanos. Aunque haya sido un niño feliz, con una familia bien estructurada, terminé entrando en caminos incorrectos.
Involucrado con amistades influyentes en el narcotráfico, comencé, precozmente, a frecuentar bailes pasando las madrugadas, siempre en búsqueda de llenarme con algo, que no sabía qué era. Fue cuando se despertó en mí el interés por las drogas, ya que las bebidas que consumía no me satisfacían más. De ahí vino el involucrarme con mujeres por todo el estatus que yo poseía.
Debido a esas relaciones, mi vida académica fue influenciada negativamente, llegando hasta ser expulsado de la escuela por hechos de violencia. Yo necesitaba descargar toda la rabia que sentía por todo y por todos en algo. Como si no bastaran todos esos problemas, vivía siendo perseguido por la policía, dentro de la comunidad.
Además de eso, mi amigo y yo produjimos una bomba casera- que tenía el ruido como el de una granada. Ese día yo vi que la suerte no estaba a mi favor. La bomba terminó explotando en la mano de mi amigo, alcanzando también mi ojo derecho, ocasionando la pérdida de visión total. Aun así, ese no era mi fondo del pozo.
Después de mi accidente, permanecí más de 1 año sufriendo. Me volví más violento, más nervioso, cometía hechos de vandalismo con más intensidad.
¿Parece poco? Bueno, después de, aproximadamente 1 año, sufrí otro accidente. Fui atropellado y arrastrado a 20 metros de distancia. Tal accidente provocó en mi cuerpo varias complicaciones. Costilla perforada, el empeine del pie destruido, traumatismo craniano, colapso pulmonar, embolia pulmonar y pulmón aplastado. Según los médicos, yo no tenía mucho tiempo de vida debido a las consecuencias del accidente. Eso si sobrevivía. Pero las secuelas iban a ser inevitables, gracias al coágulo cerebral que había adquirido, posteriormente. Pero, como Dios tiene planes en mi vida, de la nada una ambulancia pasó por allí. Mis familiares y amigos, atónitos, gritaron por socorro. Fui llevado velozmente al Hospital Municipal Salgado Filho, en el barrio de Méier, Río de Janeiro, donde entré en coma profundo – durante casi 2 semanas. Mi internación duró 1 mes, para espanto del equipo médico. Con los problemas físicos que había tenido, ni siquiera los médicos creían en mi mejora.
Ese fue mi fondo del pozo. No aguantaba más tanto sufrimiento en mi vida. Más allá de eso, había nacido nuevamente. Estatus, fama, mujeres, bebidas, drogas. Desde ese día en adelante, comencé a tener asco del medio en el que vivía. Fue cuando busqué ayuda. Estaba tan decidido a cambiar de vida que nadie necesitó invitarme. Yo fui por mi propia cuenta. NO QUISE NI PENSAR EN QUÉ IBA A PERDER. Fue cuando conocí el trabajo de la Universal. Aun sin saber qué era el Espíritu Santo, Lo deseaba más que todo. No tenía otro objetivo ni otra meta.
Más tarde, conocí la Fuerza Joven Universal (FJU), donde encontré a personas que no me criticaban ni me condenaban por lo que había sido, sino que estaban siempre dispuestas y con las manos extendidas hacia mí. La rabia que me consumía, hoy no existe más. El odio que nutría dentro de mi pecho, hoy se transformó en amor por las almas, por los afligidos. Comencé a tener una óptima relación con mis familiares. Hoy, yo puedo decir que soy un hombre de Dios y que descubrí que vale la pena vivir. Además de estar transformado y dispuesto a ayudar a otras personas.
Colaboró: Obispo Marcello Brayner