A los 13 años me expulsaron de la casa de mi abuela. Fui a vivir con mi madre a un barrio carenciado donde convivía con traficantes. Con el tiempo, comencé a creer que aquello era algo bueno, por lo que ellos aparentaban. Sin embargo, aún era un joven común. Estudiaba, trabajaba, no quería seguir el mismo camino que mi padre había seguido. Pero, con el pasar de los días, no resistí y terminé involucrándome con ellos. Conocí cosas que no tenía que conocer. Comencé a hacer lo que ellos hacían, como huir de la policía, tener armas, un radio, y pasar la madrugada donde se vendían drogas. Cuando tenía 15 años decidí “firmar” (ser un integrante). Comencé a ver la realidad.
Pensaba salir, pero el dinero, las facilidades con mujeres, las bebidas y la ropa me ataban. Enfrenté guerras de facciones y enseguida me expulsaron del barrio. Fui buscado por la policía. Dormía en el piso. Vivía noches despierto, pues consumía marihuana para no dormir con miedo a la policía o a las facciones rivales. Un día estaba en un barrio fumando marihuana, y un muchacho de la FJU de São Gonçalo, llamado Fabricio, me hizo la invitación para participar de una vigilia con el obispo Marcello Brayner. En este momento me hizo ver que estaba destruyendo mi vida, y me arrepentí. Decidí entregarle mi vida a Dios. ¡Fue un día inolvidable!
Desde ese día en adelante mi mente cambió. Decidí entregarme a la justicia y pagar todo lo que debía. Incluso allí adentro ya me sentía otra persona, me sentía liviano, liberado. En la prisión, un lugar del cual huí tanto tiempo, mi vida recomenzó. Volví a estudiar, hice cursos. Incluso estando preso me sentía libre, al punto de no querer salir de allí, porque Le había pedido a Dios una oportunidad y ahora la estaba teniendo. Recibí una detención de siete meses, y en cuatro meses me liberaron.
Cuando salí, mi hijo nació, comencé a trabajar y mi foco se volvió solo uno: ¡el Señor Jesús!
Amigo
Colaboró: Obispo Marcello Brayner