No hay forma de alcanzar los beneficios de la fe sin usar la propia fe
¿Por qué pedir si ya sabe lo que necesita?
¿Por qué buscar si ya sabe que es necesario encontrar?
¿Por qué golpear si ya sabe que estoy a la puerta?
Es verdad…
Como omnisciente, Dios sabe todas las cosas. Nada, absolutamente nada está oculto a Sus ojos. El pasado, presente y futuro son como una fotografía en Sus manos.
Pero, ¿por qué tengo que esforzarme, pedir, buscar, golpear, luchar, perseverar, insistir, en fin, sacrificar para tomar posesión de mis derechos, en Cristo Jesús, prometidos en la Biblia?
De hecho, entre el querer y el realizar, hay un enorme desierto a atravesar. Sólo los valientes y determinados consiguen vencerlo. Tímidos, cobardes y temerosos quedan en medio del camino.
Pero, ¿cómo saber quién merece o no tomar posesión?
La fe.
La fe separa la luz, las ovejas, los fuertes, valientes, osados, intrépidos, determinados, en fin, los que creen y ponen en práctica los Pensamientos de Dios. Ya los incrédulos, cabras, cobardes, débiles, tímidos y miedosos son sepultados en el desierto.
Es la fe individual que juzga y decide quien merece o no tomar posesión de las Promesas.
Todos tienen fe. El problema es que ni todos han tenido coraje para obedecer su voz.
No hay forma de alcanzar los beneficios de la fe sin usar la propia fe.
Como el dinero es moneda de cambio en una transacción comercial, así ha sido la fe en la relación con Dios.
Sin la práctica de la fe, esto es, sin la obediencia a la Palabra de Dios, es imposible agradarlo. Es imposible merecer Sus favores.