¿Por qué tengo que pedir, si Dios ya sabe que necesito?
¿Por qué tengo que buscar, si Dios ya sabe que preciso encontrar?
¿Por qué tengo que llamar, si Dios ya sabe que estoy a la puerta?
Como Omnisciente, Dios ya sabe todas las cosas. Nada, absolutamente nada, está oculto a Sus ojos. Pasado, presente y futuro son como una fotografía en Sus manos.
Pero ¿por qué tengo que esforzarme tanto, pedir, buscar, llamar, luchar, perseverar, insistir, en fin, sacrificar para tomar posesión de mis derechos, en Cristo Jesús, prometidos en la Biblia?
De hecho, entre el querer y el realizar, existe un enorme desierto a atravesar. Solo los valientes y determinados logran vencerlo. Los tímidos, los cobardes, los miedosos y, peor, los que permanecen reclamando en la travesía del desierto rumbo a la Tierra Prometida, quedan por el camino.
¿Cómo saber quién merece o no tomar posesión? La intuición personal de la fe de cada uno.
La revelación de la Grandeza de Dios en este mundo no es para aventureros o curiosos. Quien quiere ver esa Grandeza en su propia vida primero tiene que probar la grandeza de su fe. Abraham probó la grandeza de su fe cuando tomó la actitud de obedecer a la Voz de Dios.
“Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac…” Hebreos 11:17
Si Dios probó a Su amigo Abraham, ¡cuánto más a nosotros!
Es más: Él no pide nada que no podamos hacer. La fe que Él nos da es para que ejecutemos Su voluntad.
Esa fe separa a los que son de Dios de aquellos que no lo son. Separa a los que creen y ponen en práctica los Pensamientos de Dios.
La fe es individual. Juzga y decide quién merece o no tomar posesión de las Promesas.
A pesar de que todos tengan fe, el problema es que no todos han tenido coraje para obedecer a su intuición.
Es imposible alcanzar los beneficios de la fe sin usar la propia fe.
Como el dinero es moneda de intercambio en una transacción comercial, así ha sido la fe en la relación con Dios.
Sin la práctica de la fe es imposible agradar a Dios y merecer Sus favores.