Los padres de Vanessa no entendían por qué ella siempre iba al baño después de cada comida (en la foto abajo). Al instante que se retiraban los platos de la mesa, ella iba corriendo al baño. Sus padres sabían que algo malo estaba pasando, pero, ¿qué podría ser?
En la mente de la joven solo pasaba un pensamiento: que pesaría más si la comida permanecía en su estómago. “Vomitaba cada vez que ingería un alimento o incluso cuando tomaba un simple vaso de agua me sentía mal, y me provocaba el vómito. Después me encerraba en mi habitación”, recuerda Vanessa Gonçalves, hoy con 34 años y asesora de belleza.
Según ella, no fue solo la preocupación por su apariencia lo que influyó la obsesión de adelgazar. “Tenía 24 años y no lograba conseguir trabajo. Desempleada, tenía baja autoestima y depresión. Esa tristeza hizo que me viera gorda y fea. Me convencí que si vomitaba las comidas, sería más feliz y más bonita”, cuenta.
Con 11 kilos menos, su cuerpo delgado y su apariencia enferma llamaba la atención de todos. “Nunca fui gorda. En realidad descargué todas mis frustraciones en mi apariencia. Esos episodios duraron poco más de un año, lo suficiente para que tuviera terribles consecuencias”, relata.
Ausencia de la realidad
Según la psicóloga Viviane Cristina Santos Silva, 4 de cada 100 personas padecen trastornos de alimentación conocidos como bulimia y anorexia. “La anorexia está asociada a rasgos de ansiedad y se caracteriza por la pérdida excesiva de peso en poco tiempo. La bulimia presenta rasgos de depresión y baja autoestima, caracterizada por el arrepentimiento de la ingestión de alimentos. La persona sufre una despersonalización de sí misma”, afirma.
Esa despersonalización significa tener sensaciones de irrealidad, como las que Vanessa tenía. “Me miraba en el espejo y veía a una mujer obesa. Contándolo así hasta parece surrealista, pero era exactamente eso lo que sucedía. Yo estaba absurdamente delgada, pero me veía muy gorda”, recuerda.
Las alteraciones de la percepción de la realidad son peligrosas porque pueden tener consecuencias fatales. “Además de ser enfermedades crónicas son las más comunes entre los adolescentes. Esos trastornos suelen causar la muerte de aproximadamente el 2% de los que los padecen, la mayoría de los casos por desnutrición o suicidio”, dice la psicóloga.
Y se engaña quien piensa que la patología solo afecta a mujeres. “La anorexia es más común en jóvenes de 12 a 18 años, mientras que la bulimia es más común entre mujeres de 16 a 25 años. Pero casi el 10% del total de los casos son varones, en las mismas edades femeninas”, destaca Viviane.
El cambio
En la mayoría de los casos, cuando los familiares se dan cuenta del cambio de comportamiento, enseguida buscan ayuda médica, y así fue con Vanessa. “Mis padres descubrieron que yo estaba vomitando intencionalmente. Al principio, se decepcionaron, pero se dieron cuenta que ya no tenía ganas de vivir y me llevaron a un psiquiatra. Tomaba antidepresivos y medicamentos para dormir. Me volví adicta a los remedios y mis hábitos no mejoraban”, revela.
De acuerdo a un estudio divulgado recientemente en la revista científica Nature Neuroscience, hay un motivo por el cual los tratamientos con medicamentos no son la única solución para los que padecen esos disturbios: ellos no son capaces de cambiar el pensamiento.
El autor de la investigación, B. Timothy Walsh, afirma por qué los tratamientos utilizados comúnmente no funcionan: “Hay hábitos que deben remplazarse”, explica. Y solo cuando ese cambio ocurrió fue que Vanessa encontró la cura. “Mis padres buscaron ayuda espiritual para mí en la Universal. Yo solo me quedaba en mi cama, llorando todo el tiempo. El día de mi cumpleaños mi madre me pidió insistentemente que fuera con ella a la Universal. Nadie me obligó a nada y esa primera reunión que participé hizo que me diera cuenta que estaba entendiendo la vida de una manera equivocada”, explica.
Fue como si me hubiese “caído la ficha”. La joven comenzó a mirarse en el espejo como realmente estaba, extremadamente delgada, cadavérica y con un semblante triste. “No me reconocí, en ese momento tomé la decisión de cambiar, empecé a ir a la Universal todas las semanas, y a tener una orientación nutricional. Después de 5 meses ya estaba saludable, trabajando y con la certeza de que debía amarme y respetarme para ser feliz”, cuenta.
El apoyo de la familia
Los trastornos de la alimentación pueden ser causados por muchos motivos y la ausencia de la buena relación familiar puede ser uno de ellos. “Los padres influyen mucho en las actitudes de los hijos, y el período de la infancia y la adolescencia es crucial para que haya diálogo, una vez que la tendencia de esos jóvenes es aislarse. La observación y el control de la presión que se ejerce son fundamentales para crear una buena relación y compañerismo. Los padres deben ser buenos referentes”, aconseja la psicóloga.
Principales síntomas:
A continuación citamos algunos comportamientos comunes de cada patología, que ayudan a identificar si usted o algún conocido padecen este trastorno:
Bulimia:
*Siente culpa y arrepentimiento después de haber comido, incluso en cantidades equilibradas.
*Practica ejercicios físicos en exceso y hace dietas muy rigurosas.
*Ingiere alimentos descontroladamente en cortos lapsos de tiempo y no engorda.
*Tiene una baja autoestima y una visión distorsionada de sí mismo.
*Consume medicamentos para controlar el apetito, laxantes y diuréticos
*Suele ir inmediatamente al baño después de las comidas, y se provoca el vómito.
Anorexia:
*Pérdida acentuada de peso en poco tiempo.
*Se preocupa excesivamente por la alimentación. Tiene una obsesión por las calorías de los alimentos.
*Tiene un miedo exagerado de aumentar de peso, por menor que sea y, por eso, pierde las ganas de alimentarse.
*Se aísla de la convivencia social y familiar, y presenta un cuadro de depresión y bipolaridad.
*No logra admitir la gravedad de la pérdida de peso porque tiene una visión distorsionada de sí mismo.
*No participa de las comidas en familia o con otras personas (dice no tener hambre).
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