El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres… Lucas 18:11
Jesús expreso a través de la historia de arriba el siguiente pensamiento: “Si usted anda por ahí de nariz levantada, va a terminar de cara en el piso, pero, si con humildad ve quién es, terminará convirtiéndose en una mejor persona.” O sea, quien se exalta será humillado y quien se humilla será exaltado.
El fariseo de la historia se creía muy bueno, correcto, superior a las demás personas que veía a su alrededor. Lleno de sí, oraba de sí para sí mismo. Note: para sí mismo, no para Dios. Claro que Dios no pierde tiempo con oraciones de personas así. “Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes.” (1 Pedro 5:5)
Lamentablemente, las personas a las que este Pensamiento va dirigido jamás percibirán el mensaje. Entenderán el mensaje pero inmediatamente pensarán que es referido a otros, no a ellas mismas. Se creen justas. Son sabias a sus propios ojos. Piensan que casi nunca se equivocan. Y cuando se equivocan es siempre con un buen justificativo.
Examine si usted cuenta mucho sus ventajas y cualidades, si señala los defectos de los demás, si tiene dificultad para ver o reconocer sus propios errores, si usa mucho “yo siempre…” en su lenguaje, y en seguida menciona alguna virtud suya (o “yo nunca…” seguido de algo negativo). ¿Usted constantemente se cree desapreciado porque las personas no lo reconocen? ¿Su orgullo es herido y su rabia se enciende cuando le llaman a la atención?
Si usted acostumbra tener alguna de esas actitudes, probablemente tiene el síndrome de la justicia propia.
Caiga en la realidad. Ser humilde es ser verdadero consigo mismo, pues nadie es tan perfecto.
Aplicación: esfuércese para ser el mejor y hacer todo con perfección — pero nunca para esperar reconocimiento de los demás ni para buscar gloria propia.
Extraído Blog Obispo Renato Cardoso
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