Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón Lucas 12:34
Desde niños aprendemos a depender de las personas, conocimientos, y riquezas. Al principio somos totalmente dependientes de las primeras personas que conocemos: nuestros padres y familiares. Estos, a su vez, nos enseñan con las mejores intenciones, a estudiar, a que nos vaya bien en la escuela, para garantizarnos un futuro estable. Y una de las primeras cosas que también aprendemos a lo largo de la infancia y juventud es que el dinero es bueno y cuanto más tenemos, mejor.
El único problema es que todo eso puede volverse una gran trampa para nosotros mismos.
– Si nos apegamos a las personas que amamos, ¿qué será de nosotros si nos decepcionan, si nos dejan o mueren?
– Si dependemos solamente de los conocimientos que los estudios y la ciencia pueden ofrecernos, ¿qué haremos cuando sus límites no alcancen nuestras necesidades? Por ejemplo, cuando un médico nos dice que nuestra enfermedad es incurable o cuando el mejor abogado dice que nuestra causa está perdida.
– Y si hacemos del dinero nuestra seguridad, ¿qué haremos si se termina o si no es suficiente para resolver nuestros problemas?
Por eso Jesús nos alertó: “No hagas de nada terreno tu tesoro. Porque nada terreno es seguro, durable o infalible.” Nuestro corazón siempre estará apegado a lo que valoramos mucho. Y si lo que valoramos se termina o nos falla, con eso se irá nuestra vida. ¿La solución? Él dio el consejo: “Junten riquezas en el cielo, donde las polillas y el óxido no pueden destruirlas, y los ladrones no pueden destrozarlas o robarlas.”
Aplicación: Ame a las personas, adquiera conocimientos, prospere lo máximo que pueda — pero jamás haga de eso su tesoro. Cuando Dios sea su riqueza, usted nunca será pobre.
¿Usted ya fue profundamente quebrantado por la pérdida de alguien o por sentimientos malos causados por personas cercanas? ¿Ya probó los límites de la ciencia y fue decepcionado? ¿Ya tuvo un problema que el dinero no pudo resolver?
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