Lucía Romero: “Cuando era chica me despertaba de noche y veía cosas. Sentía que caminaban arriba de la cama, viví con esos temores. Crecí, me casé, tuvimos dos chicos y él fue infiel, pasé por una separación difícil. Formé pareja nuevamente, me quedé sin casa porque estaba en proceso de divorcio y tuve que conseguir un trabajo.
Como si fuera poco, seguía con problemas espirituales. Veía a personas que me perseguían. De noche, miraba el techo y parecía que había arañas. Hasta percibí que una presencia se metía debajo de la cama, la persecución era continua. Me pesaba la preocupación económica y los conflictos y para sumar falleció un abuelo. Se me caía el pelo, lo perdía a mechones, tuve que dejar de trabajar.
Fui al psicólogo, era una linda charla, pero llegaba a casa y vivía los mismos problemas. En un momento, se fue de vacaciones y ahí pensé en suicidarme. Cuando volvió me mandó a un psiquiatra. Un día llegué y noté que mi pareja le había tirado la ropa a mi hija y nos fuimos. Por otro lado, sus familiares decían que él iba a cambiar, pero yo ya había pensado en comprar un arma para matarlo. Me separé y sufrí.
Una de mis hijas desapareció tres meses, la encontré embarazada. Al nacer el bebé volvió a escaparse. Su marido quedó detenido y ella se deprimió.
Un día encendí el televisor y alcancé a ver la dirección de la Universal. Escribí una carta y me llegó una respuesta escrita a mano: ‘vamos a orar por usted’ le dije a mi hija que confiara en Dios y a la tarde el novio quedó en libertad. Comenzó el proceso de cambio en mi vida. En mí había mucho rencor y lo primero que sentí fue paz. Me siento segura, disfruto ver a mis hijas y nietos, el pasado quedo atrás. Dios para mí es todo, no puedo vivir sin Él”.
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