“Mujer, no conozco a este hombre.”
Las palabras de Pedro se escaparon de su boca tan rápido que solo él mismo pudo darse cuenta. Todo lo que quería era librarse de aquella empleada de los sacerdotes y volver a prestarle atención a la humillación que Jesús estaba sufriendo en la mano de aquellos sujetos.
El día aún no había nacido. Los soldados apresaron al Hombre después de la traición de Judas y, de lejos, dos discípulos Lo seguían. Uno de ellos, Pedro, cuando dejó que su rostro sea aclarado por la luz del fuego que los calentaba en el centro del patio, oyó la pregunta, que más tenía tono de acusación: “Tú también estabas con Jesús, el galileo”. Lo negó.
Conforme el día nacía, la oscuridad de las palabras se volvían peores. “¡Blasfemó!”, “¡Es reo de muerte!” Inmediatamente, cuando el segundo hombre señaló a Pedro y afirmó “¡Este también estaba con Jesús, el nazareno!”, la negativa vino vehemente: “¡No Lo conozco!”
Golpeaban y escupían al propio Dios, ¿qué podría esperar Pedro que hicieran con Sus hombres? Buscaban falsos testimonios que los acusaran y un tercer hombre, que estaba por allí, lo acusó: “¡También este, realmente estaba con Él!”
“¡No conozco a este hombre!” Y, mientras que Pedro aún maldecía, el gallo cantó.
Levantó sus ojos y encontró a Jesús mirándolo, sereno. Y lloró amargamente.
El poder del perdón
Jesús pasó Su vida predicando el perdón. Él mismo, cuando recibió el “beso de la muerte”, perdonó al traidor. Pero el traidor no se perdonó. Al tomar consciencia de lo que había hecho, se deshizo del soborno recibido. Poco después, su cuerpo fue encontrado colgado del cuello.
¿Cuántas veces oímos de la boca del ofendido las palabras “Yo te perdono” y, aun así, nos aferramos a sentimientos amargos que inundan nuestras bocas y corazones? La culpa y el arrepentimiento plantan sus raíces adentro nuestro y, de célula en célula, ocupan todo nuestro cuerpo con sus ramas espinosas y sus frutos ácidos.
A partir de que el libro de los Salmos fue escrito, esta actitud nos perturba: “Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí”, está escrito en 51:3.
Sin embargo, nosotros conocemos nuestros pecados, pero no el pensamiento divino. ¿Cómo podemos no perdonarnos por algo, si debemos perdonar 70 veces 7? Es importante que nos incluyamos en esta cuenta, superando nuestras propias transgresiones. Pues la enseñanza dice, justamente, que cuando nos perdonamos, Dios hará lo mismo por nosotros, los pecadores. “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.” Mateo 6:14-15
Los errores deben servir de aprendizaje. Transformarlos en nuestro “carcelero” del tiempo, aferrándonos al pasado, impide nuestro crecimiento espiritual y compromete nuestra paz. Pablo enseña, en su carta a los Filipenses, que debemos seguir mirando siempre hacia adelante (3:13).
El arrepentimiento debe acompañar al perdón. “Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de Él; pues si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y Él sabe todas las cosas.” 1 Juan 3:19-20
Aunque se hubiera amargado mucho por las palabras que su propia boca pronunció, Pedro se perdonó. Entendió que todo sucede de la forma como tiene que suceder. Dios conoce nuestros pasos futuros. El perdón de Pedro, nada más es que la comprensión de que se equivocó, pero su arrepentimiento es bien visto por Dios. Tanto que Él Mismo Se dejó ver otra vez por Su discípulo.
Si no se hubiera perdonado, Pedro jamás sería capaz de volver a la presencia de Jesús. El poder del perdón de Pedro lo convirtió capaz de predicar el Evangelio en tierras distantes y atraer a millones de ovejas a los brazos del Padre.
Así, debemos entender que Dios tiene planes para nuestro futuro y, para que sean concretizados, es necesario, antes que cualquier otra cosa, perdonarnos.
Y si su corazón lo acusa a usted de algo que ya fue pago o perdonado, cállelo, según la orientación que Dios nos da por medio de la razón:
“Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.” Filipenses 4:8
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