Marcelina Zanabria: “Cuando nací, mi papá estaba tan borracho que casi me aplasta. Me crié en un lugar en el que reinaba la violencia y el vicio. Cuando cumplí 10 años se separaron y yo no tenía un lugar estable para vivir. Me crié sola, estaba llena de piojos, era como si no tuviera familia. Unos años después, llegué a Buenos Aires y comenzaron a darme ataques de nervios y me desmayaba.
Quería casarme y formar una familia. A los 15 años, conocí a una persona 10 años mayor que yo y me enamoré. A los 20 me casé, creí que sería feliz. Tuvimos un hijo, pero él tomaba más que mi papá, se repitió la historia. Quería ayudarlo, pero no podía.
Vivíamos en un décimo piso, un día llegó alcoholizado, yo tenía la persiana baja, él salió, se subió a una maceta, se deslizó, cayó al vacío y murió.
Mi nene tenía un año, lo dejé encerrado, bajé embarazada y lo ví muerto. Estuve horas declarando en la comisaría. Me deprimí, después perdí a mi bebé.
Conocí a mi marido actual, yo quería un padre para mi hijo. Tuve dos chicos más, pero estaba muerta por dentro, no era feliz. Empecé a odiar a mi marido, quería que muriera, aunque él me daba todo.
Iba a psicólogos, pero no podía hacer nada para salir. Mis hijos se peleaban entre ellos y yo en el medio. Pensaba en suicidarme. Me enfermaba, pero no me encontraban nada. No quería atender mi negocio, todo salía mal.
Mi mamá me dijo que iba a la Universal, la vi cambiada. Otra invitación fue de un hombre que trabajaba en casa, finalmente le pedí a él que me acompañara. Ahí supe que alguien lucharía por mí, que no estaba sola. Vi un cambio, dejé la psicóloga, me costó, no fue fácil, pero sigo luchando. Mis hijos están bendecidos y felices. En mi casa estamos bien, ya no hay peleas. Sobre todo, lo más importante, somos una familia unida, hay amor”.
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