Dios bendijo el Templo de Salomón y Le prometió Su protección a Israel, pero solo mientras que el pueblo mantuviera su fe. Como los israelitas se volvieron solo a la religiosidad, al orgullo a causa del Templo lujoso que tenían y se distanciaron del Señor, la consecuencia fue la ruina de toda una sociedad, y no solo de la importante edificación que la representaba.
El Templo originó una especia de “burocracia religiosa”. Antes, en el Tabernáculo, el pueblo conversaba directamente con los sacerdotes. Después, en el gran templo de piedra, las ofrendas y sacrificios pasaban por varias personas hasta llegar a los sacerdotes. Además de eso, comenzó a idolatrar al propio templo, que pasó a ser el orgullo de aquella nación. Le dieron más importancia a la estructura física y lujosa, imponente, y menos a Aquel que deberían ver en ella: el Propio Dios.
Algunos estudiantes de la Biblia creen que esa “burocracia espiritual” fue la responsable por la idolatría generada. Muchos judíos, incluso sabiendo que lo correcto era llevar los sacrificios hasta el Templo, preferían arrodillarse delante de los ídolos producidos por manos humanas, físicamente más cerca de ellos, en su propia casa. Eran judíos de fachada, que servían a falsos dioses entre cuatro paredes.
Con el alejamiento de Dios, vino la corrupción, el materialismo exagerado, la lujuria. Pero Dios cumplió Su palabra: como la fe de aquel pueblo no era verdadera, Su protección hacia ellos dejó de existir. Los israelitas fueron derrotados por los babilonios, gobernados por el rey Nabucodonosor. El Templo, orgullo máximo del pueblo judío, fue saqueado, destruido hasta sus cimientos, en 586 antes de Cristo (a.C.).
De nada sirvió tanto cuidado en la construcción, tanta tecnología de vanguardia, tanto lujo, si el pueblo se volvió hacia la obra de sus manos humanas y se apartó de Dios. Cayó el Templo, cayó Jerusalén. Cayó Israel.
La relación entre el Templo y el pueblo
Cuando surgió la idea de la construcción del Templo, Dios aprovechó para demostrarle al hombre lo que esperaba de él. Fue una de Sus razones por las cuales no permitió que David construyera el gran santuario, por sus muchos errores. El Señor quería que David entendiera que, más que habitar en un templo de piedra y madera, quería habitar en el corazón del propio hombre. Pero el ser humano se llevó la gloria que debería ser de Dios.
Esa fue una de las razones por las cuales Él permitió que Babilonia destruyera el Templo. Los judíos debían entender que despreciar Sus leyes los colocaba cada vez más lejos de Él. Y sin Dios, los peligros del mundo avanzan sin barreras.
El lujo en sí no era el problema. Aunque el Templo fuera una estructura audaz y con lo mejor en riquezas de la época, en su planta interna tenía la misma conformación, el mismo diseño del Tabernáculo, mucho más simple, pero que traía al hombre más cerca de Dios. Incluso la antigua tienda siendo más frágil, Dios nunca permitió que fuera destruida, aun cuando los judíos resistían el avance de los enemigos, como los filisteos o los amonitas. Por otro parte, el Templo, aun siendo más sólido y seguro, no resistió.
De todo lo sucedido podemos sacar una comparación. Antes, como el Tabernáculo, el pueblo de Israel era menor, más simple, pero estaba más cerca de Dios, y resistía. Después, como el Templo de Salomón, la nación era mayor, más sólida, más rica, más poderosa políticamente – pero estaba sin Dios, y cayó.
Antes un reino poderoso y respetado, Israel se volvió esclavo de Nabucodonosor, y su pueblo fue llevado a Babilonia. Allí, los descendientes de Abraham no tenían más derecho ni a su tan procurada Tierra Prometida.
Sin Dios, Israel no era más nada.