«Y debido al aumento de la iniquidad, el amor de muchos se enfriará. Pero el que persevere hasta el fin, ese será salvo» (Mateo 24:12-13).
Esos «muchos» que Jesús menciona no son los incrédulos. Ese es el problema. Son los que están dentro de las iglesias o son los que no van a la iglesia, que viven una fe parcial.
Muchos hermanos que forman parte del universo de la iglesia cristiana están perdidos: se encuentran involucrados en la religiosidad, en una supuesta fe sobrenatural, sin embargo, tienen el corazón frío. Para superar esto, Jesús enseñó:
«Por tanto, desechando toda malicia y todo engaño, e hipocresías, envidias y toda difamación, desead como niños recién nacidos, la leche pura de la Palabra, para que por ella crezcáis para Salvación, si es que habéis probado la benignidad del Señor» (1 Pedro 2:1-3).
Independientemente de la iglesia y de la denominación, la verdadera iglesia del Señor Jesús es espiritual, es el Reino de Dios. Solo quien tiene al Espíritu Santo forma parte de la Iglesia del Señor Jesús. Cuando Jesús escogió a Sus discípulos, también escogió a Judas, que después resultó ser el traidor. Jesús fue tolerante con él para darle la oportunidad de convertirse. Para que una persona se convierta, es necesario que reciba el bautismo con el Espíritu Santo, que nazca de nuevo.
¿Y qué es la «leche pura»? Es la fe inteligente, la fe que piensa; es la Palabra de Dios, que da vida y no puede ser falsificada. Con el Espíritu Santo, la persona deja de ser indefinida y sigue a Jesús. Vive en la Presencia de Dios, irradia la Luz y es la Sal de la Tierra, es decir, hace la diferencia en este mundo.
Dios quiere que seas así, que santifiques Su Nombre aquí, en la Tierra, y eso significa más que alabarlo. Después de todo, es fácil alabarlo con los labios, pero es difícil hacerlo con el corazón.
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