Hay personas que asocian la palabra temor al miedo. Pero no hay que olvidar que sin esa consideración a Dios, es imposible mantener la salvación. La lucha entre la carne y el espíritu es una realidad que se da en la vida de todos los cristianos. Sin embargo, el que vence es quien está afirmado en la ley del Espíritu y no en la de los hombres.
Cuando Jesús dejó sus enseñanzas fue claro: “Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a Su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.”, (Romanos 8:2-4).
El Obispo Macedo explica en su blog que quien teme, ama y respeta: “Solamente el temor al Santísimo Dios Altísimo es capaz de frenar los impulsos del pecado. El Espíritu de Dios ha capacitado a Sus hijos para tener una conducta íntegra, temerosa y ellos huyen del pecado”.
El error
Muchas personas se acomodan y dejan enfriar su fe: “En la falta de temor, la persona no logrará mantenerse íntegra ante la facilidad de corromperse. No resistirá los placeres ilícitos y no mantendrá su corazón limpio delante de las injusticias, las traiciones y las calumnias”, observa el Obispo.
¿Cómo actuar? La respuesta es simple, pero exige fuerza de voluntad, porque es necesario buscar a Dios diariamente. Debe hacerlo por medio de oraciones, ayunos, propósitos y asistiendo reuniones en la Iglesia. El Señor debe estar siempre en primer lugar. Temer a Dios es una de las demostraciones del amor y entrega que un ser humano tiene para con Él. Por medio del temor, el cristiano, se vuelve un hijo verdadero, que sabe valorar Su misericordia.