Muchos consideran que tener riquezas es un problema para quien tiene comunión con Dios. Usan hasta el pasaje bíblico en el que el Señor Jesús dice que es más fácil que un camello pase por el agujero de una aguja que un rico entre en el Reino de Dios (Marcos 10:25). Pero ignoran que el problema no es la riqueza. Basta volver algunos versículos antes, en el libro de Marcos, para entender por qué Jesús dijo eso.
Él se encuentra con un joven rico y, al proponerle que entregue todos sus bienes a los pobres, el muchacho se entristece. No era la riqueza que se había convertido en un mal para aquel joven, sino el apego que él tenía:
“Porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores.” (1 Timoteo 6:10)
Hay un cuento que relata muy bien el secreto para no permitir que las riquezas lo alejen de lo más importante. Lea a continuación:
Había un rey que, a pesar de ser muy rico, tenía la fama de ser un gran donante, desapegado de su riqueza.
De una manera bastante extraña, cuanto más donaba a su pueblo, ayudándolo, más se llenaban sus cofres.
Un día, un sabio que estaba pasando por muchas dificultades, buscó al rey.
Él quería descubrir cuál era el secreto de aquel monarca.
Como sabio, él pensaba y no lograba entender cómo es que el rey, que no estudiaba las Sagradas Escrituras, ni llevaba una vida de penitencia y renuncia – al contrario -, vivía rodeado de lujo y riquezas, no se contaminaba con tantas cosas materiales. Después de todo, él, como sabio, había renunciado a todos los bienes de la tierra, vivía meditando y estudiando y, finalmente, se reconocía con muchas dificultades en el alma. Se sentía en tormenta. Y el rey era virtuoso y amado por todos.
Al llegar delante del rey, le preguntó cuál era el secreto de vivir de aquella manera, y el monarca le respondió:
– Encienda una lámpara y pase por todas las dependencias del palacio y usted descubrirá cuál es mi secreto. Sin embargo, hay una condición: si deja que la llama de la lámpara se apague, caerá muerto en el mismo instante.
El sabio tomó la lámpara, la encendió y comenzó a visitar todas las salas del palacio.
Dos horas después volvió a la presencia del rey, y le preguntó:
-¿Usted pudo ver todas mis riquezas?
El sabio, que todavía estaba temblando por la experiencia, porque temía perder la vida si su la llama se apagara, respondió:
– Majestad, yo no vi absolutamente nada. Estaba tan preocupado en mantener encendida la llama de la lámpara que solo fui pasando por las salas, y no observé nada.
Con la mirada llena de misericordia, el rey contó su secreto:
– Pues, es así que vivo. Tengo toda mi atención inclinada a mantener la llama de mi alma encendida. Aunque tenga riquezas, ellas no me afectan. Tengo conciencia de que soy yo el que debo iluminar mi mundo con mi presencia, y no al contrario.
Este es el secreto. Nuestro empeño tiene que ser, en todo momento, mantener la llama del Espíritu Santo encendida en nosotros. Nada de lo que obtenemos debe quitar nuestra atención de Dios.
“Pues ¿qué aprovecha al hombre, si gana todo el mundo, y se destruye o se pierde a sí mismo?” (Lucas 9:25)
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