¿Ya notó lo increíblemente fácil que es juzgar a los demás? Haga una prueba. Ingrese a cualquier red social, como Facebook o Twitter, por ejemplo. Elija un determinado tema: fútbol, política y vale hasta la novela. Escriba algo y publíquelo. No pasará mucho tiempo para que usted reciba algún comentario o, mejor dicho, una crítica. “Fulano hizo algo así, pero podía haberlo hecho diferente” o “pero ciclano hace eso, por qué él es muy malo.”
De esta manera, los comentarios y juicios van sucediendo. Amistades, incluso, se deshacen en las redes sociales por causa de eso. Pero la verdad es que las críticas, o juicios no suceden solamente en las páginas de sitios de relaciones. Siempre forman parte de la vida del ser humano, de la rutina diaria, del trabajo, de las amistades. Son tan comunes que, muchas veces, ni siquiera notamos que estamos criticando a alguien, diciéndole a aquel compañero pesado o a aquella otra compañera glotona.
¿Por qué es tan fácil?
¿Vio que fácil es juzgar? Como dice la Biblia, solo vemos la paja en el ojo ajeno, pero somos totalmente ciegos para ver la viga en nuestro ojo. ¿Cómo nota tantos errores en los demás y no cuida los suyos? ¿Por qué es tan riguroso con las fallas de otros y siempre encuentra una excusa para las suyas?
Para ayudarlo en la comprensión, vamos a aceptar una hipótesis: si le traen el motor de una nave espacial que no funciona, por ejemplo, usted no va a saber decir cuál es el problema, ¿no? Eso sucede porque nosotros solo notamos lo que conocemos. Los errores y defectos que vemos en los otros son, en realidad, fallas que nosotros tenemos, en mayor y menor medida. Usted se indigna tanto al notar los errores de los demás, pero se siente castigado cuando señalan los suyos. ¿Y sabe por qué pasa eso? La verdad es que el ser humano no es capaz de ver un defecto que no conoce. Simplemente eso.
A los ojos de Dios
El obispo Júlio Freitas ve claramente la razón de eso. “Porque, allí en su interior, ellos se sienten superiores. Pero usted no debe estar ni en un extremo ni en el otro. No se puede sentir inferior ni superior, pero sí ser equilibrado y verse como Dios lo ve. Usted tiene que mirar a los demás y verlos como Dios los ve”, explica.
Perciba que, al ser rígido con alguien, usted está siendo rígido con usted mismo, pero nadie admite eso. Señalamos los defectos de los demás para intentar destacarnos. Como si, a nuestros ojos, nos elevamos y, al mismo tiempo, disminuimos al prójimo con nuestros juicios.
Para el obispo Júlio Freitas, no vamos a ser mejores comentando y juzgando la vida ajena. “Jesús dijo que tenemos que amar a Dios con toda nuestra mente o con todo nuestro entendimiento. No hay fanatismo o religiosidad cuando se cree en Dios, según las Sagradas Escrituras, con la fe inteligente. Cuando usted decide utilizar su inteligencia y su fe, su mente se abre”, completa.
Fe y percepción
Para el obispo, es a partir de este momento que usted tiene la percepción para ver todo de manera diferente. “Hay una gran diferencia entre lo que pensamos que somos, es decir, la imagen que tenemos de nosotros mismos, y lo que somos en realidad. Sin embargo, a los ojos de Dios, no existe margen para las dudas. Nadie es mejor que nadie.”
Piense un poco: ¿Quien cree que nos juzga? ¿Dios? Dios nos da conciencia. ¿No es su propia conciencia la que martilla su cabeza, recordando a cada instante que, delante de un error, es necesaria la corrección? Entonces, es ella quien se encarga de observar, analizar y juzgar. Sí, somos nosotros los que juzgamos.
Cuando usted siente remordimiento por un error cometido, ¿el que lo está juzgando es usted? Sí, usted. Usted debe haber oído la frase “No juzguéis, y no seréis juzgados”. Si aún no la oyó, se trata de una clara advertencia de que toda mala acción que usted comete genera un perjuicio para usted mismo.
Cuando usted juzga a otro, usted se mide a sí mismo. Por lo tanto, tenga cuidado al juzgar a los demás. Mírese a sí mismo y mire sus actitudes antes que todo. Primero vea y después hable.
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