No encuentra fuerzas para realizar, incluso afirma: “yo quiero, pero no lo logro” o “no hay manera”, y “soy así”
¡Cuántas veces pensé que era algo natural no lograr, por ser humana! ¡Cuántas veces me apoyé en mis excusas, en mis fracasos para decir que la vida es difícil. Iba a las reuniones de la iglesia, lloraba, pedía ayuda, pero, nada sucedía. Solo el sentimiento de frustración era grande. Una insatisfacción era parte de mí, vivía quejándome.
En cuanto a eso exigía e imponía mi punto de vista a los demás, y exigía una respuesta de parte de ellos, hasta a Dios.
Sin embargo, existía una gran barrera en mi fe. Era todo un deseo, que no pasaba de una emoción.
Cuando llegué al extremo, comencé a perseguir mi objetivo, encontré fallas que estaban enraizadas en mí. Comencé a aborrecerme, fui contra todo lo que escondía.
Esa actitud no era emoción, pues cuando existe algo que es frontal, no hay forma de usar la fe emotiva. Es la fe inteligente, la que comienza actuando con la cabeza y no con lo que siente, porque la fe inteligente ve su necesidad y no su sentimiento. Ella entiende que hubo un engaño y un peos, mientras hubo sentimientos. Hay una diferencia en la conducta, no por obligación, sino por una necesidad.
Por eso, llega a la conclusión de que la fe inteligente es conveniente y definitiva.
La fe inteligente es una sed de respuesta. No solo un deseo sino es tener vida. Por lo tanto, es tan eficaz, intrépida, osada y capaz de enfrentar todo.